Un cuento para un pueblo libre

 Por Berta Echániz Martínez
  • “Debéis seguir en vuestra lucha por vuestra liberación como mujeres. Esa es la mejor ayuda. Nosotras también os estamos ayudando a vosotras, mientras luchamos por nuestra liberación. Somos conscientes de que estamos luchando por la libertad, por la desalienación de todas las mujeres del mundo. En cierto sentido, somos privilegiadas, puesto que tenemos una revolución que acelera el cambio, que permite conquistar para nosotras una serie de puestos que no nos serán arrebatados jamás"[1]


    Érase una vez… un pueblo nómada que habitaba una tierra hermosa. Una tierra, salpicada de ciudades de adobe, en la que podías perderte entre dunas de arena caliente, puntiagudas montañas de rocas escarpadas, infinitas playas de olor a sal o escondidos vergeles de verde luna.

    Pero esa tierra pertenecía a otros. En 1958, esos otros decidieron no descoserla de su metrópoli para poder, entre otras ruindades, explotar sus ricas minas de fosfatos. Para ello, mudaron su condición y la tierra pasó a convertirse en una provincia más de un régimen dictatorial, gris y cateto.

    Durante años, ese pueblo continuó siendo receptor de unas interesadas políticas coloniales orientadas a imponer, con la complicidad de los jefes tribales del lugar y un fingido favor divino, ciertos modelos sociales rancios e injustos, al tiempo que lo despojaban de tradiciones ancestrales adheridas a sus pieles.

    Sin embargo, también durante esos años, el pueblo empezó a movilizarse, a buscar la fuerza en sus propias raíces. Hablaba de sueños de revolución, de conquistas justas, de igualdades tangibles… Y crearon un Frente desde donde poder luchar y elevar su grito de libertad hasta más allá de las estrellas y la luna.

    Pero, mientras nuestro pueblo acariciaba esa perspectiva de afirmarse libre y mecía la idea de ser dueño de sus propios destinos… el agónico régimen, su bufo sucesor real y otro déspota rey de una tierra vecina, desoyendo consejos externos y desobedeciendo sentencias de más allá del mar, decidieron poner fin a cualquier atisbo de libertad. Pactaron una Marcha que supondría una maniobra de presión que, con el tiempo, dio lugar a una ocupación militar de esa tierra, a la firma de un acuerdo por el que la antigua colonia cedía –como si de un cromo se tratara- la administración de nuestra tierra a otros países. Además de… el éxodo masivo de un pueblo, del desarraigo de quien le arrebatan sus orígenes, de refugios prestados, de Repúblicas trazadas con hilos de independencia, de la construcción de muros vergonzantes, de represión, de tortura, de muerte.
    Y… en este mes de noviembre, 40 años después del comienzo de este cuento resumido… me pregunto… ¿Hasta cuándo?

    El estado español -y sus sucesivos gobiernos- lleva muchas décadas (demasiadas) mirando hacia otro lado. Ha olvidado sus múltiples responsabilidades con el pueblo saharaui, ha elegido los silencios, ha preferido las cobardías y los apretones de mano que esconden negocios y barrigas llenas para unos pocos. Lleva muchas décadas (demasiadas) dando la espalda al pueblo saharaui, ha elegido la maldita equidistancia, omitiendo sus compromisos históricos y las deudas pendientes del mal pagador. 
    Así que, desde aquí no me queda más que ladrar bien alto: “Autodeterminación del pueblo saharaui, Libertad para el pueblo saharaui”

     [1] 1976. Testimonio de una mujer saharaui del frente tras ser preguntada sobre qué podían hacer las mujeres del estado español para ayudarlas, en el número 1 de la revista Vindicación Feminista. Extraído del recomendable artículo de Rocío Medina Martín: “Mujeres Saharauis, Colonialidad del Género y Nacionalismos: un acercamiento a partir de los feminismos decoloniales”. Revista Relaciones Internacionales, 27-  Octubre 2014 - Enero 2015. Grupo de Estudios de Relaciones Internacionales (GERI) – Universidad Autónoma de Madrid-

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