¡Ha llegado la Primavera Perruna! Y con ella... nuestro 9º número!

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El Verdugo, el director del Información y Estela Reynolds

Por Eduardo Bueno Vergara

Escena de la genial película El Verdugo. Amadeo, el funcionario encargado de aplicar la pena capital, junto con su yerno José Luis, acuden a la feria del libro en busca de una recomendación. El escritor Sr. Corcuera, un hombre de peso dentro de la burocracia estatal, que ese día se encuentra firmando ejemplares de su obra, debe facilitarles cierto enchufe para que José Luis pueda suceder a su suegro en el cargo de verdugo.

Antes de que Amadeo y compañía encuentren el lugar donde está el Sr. Corcuera, una joven pareja se acerca al escritor. Son jóvenes y la chica, de pelo moreno y corto, viste con pantalón, una camisa de manga corta y tapa sus ojos con gafas de sol. El contraste con el resto de personas que camina por la feria del libro es más que evidente. La pareja confunde al académico con el librero y le preguntan si tiene algo de Bergman o Antonioni, ambos directores de cine. “Bergman, Bergman... ¿la actriz?”, responde Corcuera extrañado.

Los jóvenes desisten, se marchan y en su camino, Amadeo les pregunta si el Sr. Corcuera estaba firmando libros en la caseta de la que ellos venían. La pareja, a pesar de que acaban de hablar con el autor, contestan que no lo saben. 

Con esta breve escena, Berlanga y Azcona pretendían señalar el abismo generacional existente en la España del momento. Hacían notar la ausencia de referentes comunes entre jóvenes y mayores. En realidad, toda la película es una alegoría de la distancia que, de forma más o menos acusada, se produce entre abuelos, padres e hijos. Costumbres, ideas o anhelos cambian de una generación a otra, como, también lo hacen nuestros referentes intelectuales. 

Para entendernos, un intelectual no es necesariamente un tío muy inteligente, muy culto o con muchos títulos académicos. Un intelectual es aquel cuyas palabras tienen eco entre la población, difunden una idea y, a su vez, dan argumentos para que otros puedan defenderla. Para lanzar un mensaje suelen utilizarse distintos espacios de opinión en periódicos, radios o TV. Así, hay que tener en cuenta que cualquiera que hable o escriba en un medio con proyección pública, tiene la intención de influir en sus destinatarios, desde el Editorial del New York Times, hasta la publicación más breve en el muro de Facebook. 

Hago referencia a estas cuestiones por un artículo de opinión que pudimos leer hace unas semanas en el diario Información, firmado por su director Juan Ramón Gil. Dicho artículo es un despropósito poco razonado contra Podemos, impropio de la primera pluma del periódico más leído de la provincia de Alicante. Como bien apunta el profesor Pascual Pérez, en realidad, el autor ya tenía sus tesis preparadas y sólo estaba buscando una excusa para poder soltarlas. 

Que los principales medios de comunicación mantienen un apoyo sin fisuras a los partidos políticos comprometidos con el bipartidismo y la defensa numantina del Régimen del 78, no es ninguna novedad. Sin ir más lejos, para el caso que estamos comentando, Juan Ramón Gil acusaba a Podemos de ser una “nueva casta”, y en su mismo periódico, el 22 de marzo, podíamos leer una noticia titulada La “casta” de Podemos. O lo que es lo mismo, el jefe señala la línea editorial que van a seguir la mayor parte de las informaciones de ese periódico. 

Pero la rabia demostrada por el director del diario y la rabia que ideas renovadoras o rupturistas provocan en no pocos “intelectuales” y pretendidos líderes de opinión, no es sólo una cuestión de lucha política. Se trata también de ese abismo generacional que mostraba Berlanga en El Verdugo

Para los que vivieron la dictadura, la llegada de la democracia ha sido, sin duda, el acontecimiento histórico más importante que les ha tocado vivir. Se han sentido parte de algo trascendental y los ideólogos se han encargado de moldear el relato de los acontecimientos de las últimas décadas. Así, por un lado se ha idealizado la libertad, la prosperidad y la estabilidad logradas a partir de la Transición. Por otro lado, los intelectuales que han contado esa historia una y mil veces, han logrado prestigio social al amparo de los poderes económicos y los principales partidos políticos. A condición de no tocar mucho las narices, los intelectuales cortesanos reciben un reconocimiento, pero también cosas más mundanas como la invitación para una entrega de premios, un cubierto para una cena benéfica, laureles por parte de las autoridades, una consideración especial en una editorial... Dicho de manera sencilla, pueden sentir que formar parte de una elite. 

Vaya por delante que pasar de una dictadura a una democracia es un logro considerable y que eso no se puede cuestionar. Pero con los nuevos retos sociales aparecen nuevos anhelos. Deseos de cambiar las cosas, aunque sea bajo proclamas sencillas como “pan, trabajo, techo y dignidad”. Estas demandas son fruto de un cambio generacional, de la necesidad de no detenerse en las conquistas sociales y continuar andando el camino que con tanto esfuerzo iniciaron nuestros padres. 

Pero esas ansias de cambio no son comprendidas por muchos. De repente, las palabras de aquellos que engolan la voz al hablar de Transición, Constitución, consensos y demás lugares comunes, resulta que están oxidadas. Gente que ni puede, ni quiere entender que los tiempos cambian y que sus legítimas aspiraciones del pasado nos vienen pequeñas, del mismo modo que Amadeo estaba empeñado en que su yerno desempeñase el oficio de verdugo. 

Y así, entre la incomprensión de los pretendidos intelectuales de un tiempo pasado y el miedo a perder esa legitimación social nacen las respuestas furibundas contra todo aquello que implica cambio. Como suele decirse, si das de comer a un pobre eres un buen cristiano, pero si preguntas por qué el pobre es pobre, entonces eres un rojo peligroso y acabarás en chirona. Quienes quieren salir en la foto no deben moverse mucho. Sin embargo, ese barniz de intelectual progre sólo esconde un interior timorato y profundamente conservador. Desconfían de la juventud y piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. En realidad, están anclados en unas estructuras caducas y empiezan a parecerse a Estela Reynolds de La que se avecina, una antigua gloria del cabaret atrapada en el tiempo, un personaje esperpéntico que rememora el éxito y la fama del pasado, un personaje mitad cómico, mitad patético. Incapaz, en cualquier caso, de mirar al futuro con ilusión.
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El día que me subí a un guindo

Por Berta Echániz Martínez

Creo en unicornios de colores. Colgando de mi cuello llevo un talismán mágico que estoy convencida que me protege de las energías chungas que algunas gentes dejan caer como un pedo traicionero. Sigo mirando al cielo, buscando a los duendecillos que pintan con sus brochas las nubes naranjas y malvas al atardecer. Ahora bien, yo de mi guindo no me he caído, ni me caeré, incluso, estoy aprendiendo a hacer acrobacias sobre sus ramas y cuando desciendo abrazada a su tronco, siento sus raíces hundirse intrépidas y fuertes bajo la tierra buscando un camino distinto, buscando un camino nuevo. 

Desde él, escucho piar a los polluelos cuando tienen hambre y me despiertan sus chillidos ahogados cuando los buitres les quitan sus nidos. Y entonces: un recuerdo. Recuerdo cuando de pequeña en el colegio, tuvimos que construir una casita de madera para dar cobijo a las aves de nuestro patio. Ningún pájaro entró en el refugio que muy torpemente diseñé: las paredes no encajaban y la techumbre apenas se mantenía estable sobre ellas. En aquel momento supe que jamás sería una buena arquitecta. Pero también descubrí que, en esta vida (quizá en la próxima, sea la reencarnación de Brunelleschi!) yo me dedicaría a dibujar árboles, muchos árboles. Tantos como me lo permitieran mis manos, tantos como para que todos los pájaros tuvieran uno o cientos donde poder retozar libremente. Y eso hice, hasta que un buen día, mientras bosquejaba el perfil de un guindo, acabé encaramada a él. 

Y así fue como me di cuenta que las vetas de sus ramas contaban historias. Si acercabas con suavidad tu oreja, como si tu mejilla silbara un beso a la rama en cuestión, ésta te devolvía voces de otros tiempos. Voces dormidas y olvidadas, voces anónimas y combativas, voces rebeldes y ojerosas… Y esos fragmentos del pasado, esas pequeñas historias que carecían de final, en primavera, se convertían en brotes, y más tarde, esos brotes se transformaban en nuevas ramas que inventaban danzas con el viento y sacudían otros relatos que pedían resucitar. 

Porque las memorias son movimiento y el movimiento implica acción. Porque de nada sirve recuperar una de esas voces y exponerla en una vitrina, limpiando el polvo los días de visita. Y mientras siguen atesorando vitrinas, hay quienes defienden con ahínco el oficio de historiar y se preguntan por qué no se les tiene en cuenta en esta sociedad. Pero… ¿dónde estáis gentes que estudiáis el pasado? Una de las ventajas de encontrarme, gran parte del día, subida en lo alto de mi guindo es que me permite otear el horizonte en muchas direcciones y yo, a la mayoría, no os veo, no os reconozco. Y qué queréis que os diga, como dice uno de mis nuevos maestros, Howard Zinn: Nadie es neutral en un tren en marcha

Porque entiendo la historia como una herramienta de conocimiento de la realidad que nos debe estimular a entender tiempos pretéritos, pero también el momento presente... 

Porque defiendo nuestra obligación de transformar la historia en instrumento de reflexión y crítica… 

Y para ello es inevitable manejar ideas e interrogantes que pervivan en el tiempo y nos comprometan con la transformación social que vivimos. Si las voces se mantienen encerradas en inaccesibles círculos académicos con supuestas inclinaciones eruditas, las estaremos ahogando, las estaremos estrangulando. 

No importa a qué árbol trepes, no importa si te caes de él o aprovechas su sombra un día de verano, si lo abrazas para comunicarte con él o lo vareas para recoger la oliva. No importa si es imaginado o regalado, si lo compartes con una amiga o lo heredaste de tu abuela. Porque siempre habrá voces esperándote, voces que te susurrarán retazos de otras vidas, que te hablarán de impotencias e injusticias, que te gritarán dolores y rebeldías. Porque esas historias no son nuestras, son del pueblo, devolvámoselas.
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Operación Bikini, los 7 secretos que Vogue no te contará

Por Ana Martínez Marco

Esta semana la naturaleza ha empezado a desperezarse, a dar color a los campos y a prolongar los días con más horas de luz. Y eso sólo quiere decir que ya está aquí… ¡la OPERACIÓN BIKINI! Ese plan dietético-estratégico que, como diría Rita, empieza con el caloret de l’hivern y dura hasta el fred del verà. Esa expresión con la que reconocemos que estamos pasando más hambre que Victoria Beckham y no porque estemos gordos, sino porque “quiero lucir en la playa este cuerpazo que tengo y que he descuidado un pelín en los últimos meses”. Ay, un pelín… Y nos hemos comido los polvorones hasta en bocadillo. ¡Qué no cunda el pánico! Un año más, revistas, redes sociales, programas de televisión y radio nos ofrecen decálogos, reglas de oro, trucos con mil y una dietas, ejercicios, pócimas y ungüentos capaces de hacernos triunfar en tan conocido propósito.

Pero ¿qué es la Operación Bikini?, ¿de dónde viene?, ¿hacia dónde va? Aunque no sabría precisar si el invento fue cosa de un nutricionista, el Pentágono o la propia Victoria Beckham, la observación pura y dura, la propia experiencia -que no es poca-, y, como no, la Red, me impulsan a contaros los 7 secretos que VogueCosmopolitanHola ni ninguna otra revista o medio os revelará sobre la Operación Bikini.


1. Así empieza 

Chocolaaaaate, cafetiiiiillo, corre, coooorre…”, nadie diría que es la canción de un yogur desnatado, perdón, 0%. “Bebo desnatada, mi salud es esencial. Con todos sus nutrientes en sabor y calidaaaad. Voy a tomaaaaaar…” ¿Qué vas a tomaaar? ¿Quién lo adivina? Espera que ahora viene el de los cereales con una chica supermegafeliz comiendo virutas de cartón. ¡Madre mía si probara los conguitos! El caso es que tú estás cenando pizza en el sofá y por mucho que cambies de canal sólo emiten anuncios de infusiones, anticelulíticos y aparatos deportivos. ¿Pero qué pasa? ¿Pero qué invento es este! No lo vas a hacer porque estás cenando, pero si te pararas a pensarlo, igual que en Navidad anuncian juguetes, perfumes y lotería, ahora lo que ves son ensaladas, píldoras quemagrasa y antiestamínicos. Sospechoso, ¿no? Pero sigues con tu pizza, y entre bocado y bocado, “Siéntete bien”, “Mucho más ligera”, “Hoy me voy a cuidar”. Y mientras masticas te sientes... ¡culpable!


No esperes más”. Aún no lo sabes, pero esa frase se ha grabado en tu mente. Da igual que intentes olvidarla, que pienses que a ti no te afecta, que seas hombre o mujer. Tu cerebro ya ha comenzado el proceso.

A la mañana siguiente, lo primero que haces es pesarte y compruebas que la pizza engorda, engorda muchísimo, como cinco kilos. ¿Pero?, te preguntas estirándote de la papada delante del espejo. Bajas la mirada y debajo del pijama... ¡Dios mío! ¡Lorzas! Y te sorprendes una barbaridad. Como si hubiera entrado en tu casa un abominable cirujano y te las hubiera encasquetado mientras dormías. ¿Te ha pasado alguna vez, verdad?


Maitena

Pues ahí va el primer secreto: aunque cuenta la leyenda que existen personas concienciadas con la alimentación y la vida saludables, la gran mayoría de los mortales -hombres/mujeres, adultos/adolescentes...- comenzamos la Operación Bikini debido a la presión social y mediática bajo la que vivimos. Y es que estamos en el siglo XXI, era de la Belleza, la Juventud, la Popularidad, y las verdades universales del calibre: si es desnatado ¡engorda! Tiene que ser 0%.

2. Ojo con la pasta


La pasta es eso que dejas de ingerir para empezar a gastar. Me explico, olvídate de comer espaguetis carbonara, macarrones boloñesa y tallarines al pesto en la misma semana. Es más, en el mismo mes. Más todavía, si quieres comer pasta, olvídate de esas tres salsas.


Sin embargo, la pasta entendida en guita, euros, pavos, parné, cobra especial relevancia en la Operación Bikini, fundamentalmente en la primera semana.

Navegamos por la red y nos enteramos a golpe de clic de todas las pautas, consejos, materiales y demás instrumental que necesitamos para ponernos en marcha. Ya estamos preparados para la segunda cosa que nos gusta más que comer, gastar dinero. Así que después de llenar la nevera de kiwis, la despensa de tés de todos los colores y de apuntarnos al gimnasio, sólo nos falta una cosa: comprar medio Decathlon. Que si mallas y camisetas ajustadas para Spinning, anchas para Zumba, la pelota de Pilates y los calcetines antideslizantes, la toalla de microfibra que ocupa poco y seca menos, la bolsa a juego con… Al final, la torta nos cuesta un pan.

Os sorprenderá pero aún no está demostrado científicamente que las prendas ceñidas de color flúor hagan que corramos más rápido o que quememos más calorías.

3. Distorsión de la realidad


Aunque este fenómeno pudiera darse por la ingesta insuficiente de calorías, azúcares, etc. durante los primeros días cuando nuestra determinación para adelgazar se encuentra a full, me refiero a un fenómeno voluntario y bastante más ruin, el de mentir como bellacos.

Entendamos que hoy en día confesar que estás a dieta es peor que decir que tus padres te abandonaron en un contenedor. Haced la prueba. La gente te mira apenada, te da ánimos, incluso se disculpan si comen delante de ti. Este curioso comportamiento social, digno de estudio, jode como si te colgaran una L de loser en la frente -otro concepto significativo de nuestro siglo-. Pfff, ¿y qué hacemos? Pues decir que estamos de OB, que es como hablar bien de nosotros en una entrevista de trabajo. “Soy una persona inteligente, organizada y perseverante con un definido plan de acción en mi vida, cuyo objetivo principal puede resumirse en estar buenorro/a este verano”.

Pero a veces, por muy convencidos que relatemos nuestro OB-Plan, simplemente, no cuela, y para acabar con las risas de tus compañeros cada vez que sacas el tupper de rúcula, te excusas diciendo que a ti siempre te ha gustado mucho, porque además tiene multitud de propiedades antioxidantes, y que, bueno…, tu abuela comía todos los días rúcula y duró 103 años. Y lo sueltas así, como para dar envidia. ¡Pero quién va a querer vivir 103 años comiendo hierba! Si tu abuela levantara la cabeza, te reñiría por quitarle la comida a las cabras, y después vaciaría el tupper de rúcula y lo llenaría de croquetas. Mmm… croqueeeetas.

4. No por mucho ayunar se adelgaza más temprano


Seguramente habrás leído o has sido informado, si empiezas la Operación Bikini con la ayuda de un profesional -cosa rara, con lo bien explicadito que viene todo en las revistas-, que las dietas milagro NO EXISTEN. Cualquier dieta requiere de constancia, responsabilidad y bla, bla, bla. Tú eso ya lo sabes porque eres una “persona inteligente, organizada y perseverante…”, así que esa suele ser una de las primeras reglas de oro que nos pasamos por el arco del triunfo. Porque queremos resultados y los queremos, ¡ya! Así que si no ceno hoy ni desayuno mañana, para medio día el vestido de la comunión me entra. ¡Vamos, pero como un guante!

5. Repercusión social


Dentro de los cambios positivos y negativos que la OB puede tener en tu vida social, yo me voy a centrar en los negativos porque son los que nos amargan la existencia y los que nadie cuenta.

¿Qué me dices del cumpleaños de tu compañera, la que hace las tartas de tres chocolates como si hubiera nacido para hacer tartas de tres chocolates? Todos cantando el Cumpleaños Feliz, girando alrededor de la mesa cual buitres del Oeste y tú haciendo el Moon Walker hacia la puerta porque el olor a chocolate te pierde como a un tiburón el olor a sangre. “Anda, ven aquí y cómete un trocito”, te dice tu compañera que es encantadora. Y ¿qué haces? Tocarte la barriga: “No, gracias. ¡Operación Bikini!”. Lo cual es como si tu jefe te diera la nómina y tú dijeras“No, gracias. ¡Operación Más Pobre Que Las Ratas!”, tocándote el bolsillo y sonriendo como un/a gilipichi.

Definitivamente, ni tu compañera merece el desprecio, ni tus amigos que no bajes a hacerte una cerve, ni pagar de más porque al final has bajado y todos se han tomado tres cañas con patatas bravas y chipirones y tú un poleo menta. No es necesario.

6. Ralentización del tiempo

 


Empieza el día que a las cuatro y cuarto de la tarde te das cuenta de que sólo han pasado 15 minutos desde las cuatro. Osea, que te queda una hora para merendar. Un kiwi. El cual te sabe a poco pero es que hoy no vas al gimnasio. Y ahí es donde la lías, porque si 15 minutos se te han hecho largos, verás para llegar a las nueve de la noche. O huyes de tu casa o después del kiwi terminas comiéndote una barrita energética, un piquito de pan con queso, dos galletas integrales, tres con chocolate y un chorizo de cantimpalo a bocaos.
Esta suele ser una de las últimas fases. Yo la llamo El Principio del Fin.

7. Seis de cada diez personas fracasan en la Operación Bikini


Esto no lo digo yo, ni mucho menos Vogue. Lo dice la Clínica Quirón de Valencia, a través de Cuatro y El Diario InformaciónOs pongo los enlaces por si queréis leer la noticia entera, pero os podéis imaginar los motivos: las prisas, las dietas milagro, las frustraciones, los estados emocionales, etc.


Pues bien, no empezaba yo este artículo esperando posicionarme como defensora de la Operación Bikini, y no lo voy a hacer, pero que 6 de cada 10 personas fracasen, significa que 4 lo petan, ¿no? Igual eres uno/a de ellos. Ya os confieso que yo soy de las 6 primeras y lo seguiré siendo en próximas Operaciones Bikini por las que me deje arrastrar. Si tú también lo eres, ahí va otro secreto que Vogue no te contará: NO PASA NADA. Mientras el peso sea un problema de estética la única Operación que deberías seguir a rajatabla es la de estar tan a gustito contigo mismo/a. Y como esto es más fácil decirlo que tenerlo en mente todo el año, cuando aprieten los anuncios de la tele, recuerda: 

- El mejor cuerpo para ir a la playa es el que tienes.
- ¡El verano no es tan largo! Dísfrutalo que estando morena el bikini, el bañador y hasta las lorzas sientan mejor. Además, cuando quieras darte cuenta, ya estaremos viendo anuncios de cursos por fascículos, vueltas al cole y ¡ropa de invierno! 




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¿Ciencia o Religión?


Por Miguel Ángel Viso Camenforte 

El ministro Wert ha permanecido un tiempo alejado de los medios de comunicación. Sus anteriores apariciones, siempre polémicas, lo situaron en el ojo del huracán de la opinión pública y ha permanecido toda la legislatura como el Ministro peor valorado. Después del españolizar a los niños catalanes, acusar a las familias sin recursos de no querer ahorrar en otros asuntos para pagar el encarecimiento de las matrículas universitarias, la innovadora socialización de niños en clases masificadas o el clasista decreto 3 + 2, el Ministerio de (des)Educación ha sacado un nuevo as que tenía escondido en la manga antes de las próximas elecciones generales: el currículum de la enseñanza de Religión Católica de Bachillerato.

El BOE del pasado 24 de febrero nos sorprendía con “El sentido religioso del hombre” y los siguientes criterios de evaluación cuanto menos difíciles de asumir a la ligera: 1) Identificar en la propia vida el deseo de ser feliz. 2) Reconocer la incapacidad de la persona para alcanzar por sí mismo la felicidad. 3) Apreciar la bondad de Dios Padre que ha creado al hombre con este deseo de felicidad. 4) Entender el Paraíso como expresión de la amistad de Dios con la humanidad.

Si los ojos no se le han caído al lector, podrá coincidir con las conclusiones que voy a narrar o debatir abiertamente conmigo si no comparte mi pensamiento. Pero considero evidente el atraso educativo que este currículo representa para la educación pública (aquella que pretende ser laica, gratuita y de calidad). El proceso secularizador en los países que fueron construyendo la democracia entre los siglos XIX y XX tuvo muchas trabas en la España contemporánea. Nuestra historia, manejada por una oligarquía en la que la Iglesia era una de sus patas sustentadoras, fue víctima de gobiernos absolutistas, conservadores y dictatoriales que borraron los intentos de modernizar y democratizar nuestro país, especialmente tras el primer bienio de la Segunda República (de abril 1931 a noviembre de 1933) y el triunfo electoral del Frente Popular (entre febrero y julio de 1936). La separación Iglesia-Estado tampoco ha sido una realidad en la democracia actual española porque ni la Constitución de 1978, ni mucho menos los gobiernos del PSOE, se atrevieron a llevar a cabo la secularización ni la supresión de concordatos.

Sorprende que la religión establezca el deseo de ser feliz cuando, en este caso el catolicismo, se ha empeñado en asegurarnos que la vida es un valle de lágrimas y lo importante es una suerte de más allá en el que, después de pasar un juicio, se te abren las puertas del Cielo. Además, debe ser difícil hallar la felicidad si eres mujer creyente y el hecho de ser mujer te excluye de tu propia religión, si pretendes ocupar un cargo en la jerarquía. O ser feliz si tienes fe pero tus sentimientos te delatan como homosexual, convirtiéndote en una pobre oveja descarriada apartada del redil. Tal vez se trate de una felicidad propia de la parte del pueblo español que prefiere el absolutismo de Fernando VII a la llegada de la Razón y se vanagloria en el grito de “Vivan las caenas”.

Si uno mismo es incapaz de lograr la felicidad, ¿qué tipo de hombre construirá el futuro? ¿No será un hombre incompleto, falto de confianza y esfuerzo? Educativamente hablando, considero inaceptable semejante afirmación. Pensaba que desde Kant el hombre había alcanzado la mayoría de edad y era dueño de su destino, capaz de acordar con el resto de hombres las leyes capaces de fabricar una sociedad completa, justa, igualitaria y razonada. Pero resulta que no, que las riendas del destino del hombre las maneja un ser superior y solo nos queda esperar que sea bondadoso para que aceptando su necesidad no pasemos hambre. Adiós teoría de la evolución, adiós teoría heliocéntrica y adiós a todos los avances de la ciencia. Ya podemos ponernos en modo piloto automático y rezar.

Dios Padre, en su infinita bondad, nos ha creado para ser felices si le reconocemos su capacidad de darnos felicidad. Vaya, de ser así, el Jefe es un poco presumido e interesado. La bondad está en ayudar sin esperar nada a cambio, de lo contrario se quiere establecer una relación de desigualdad, aceptando que uno de los actores es también guionista y productor de la obra. Más que bondad yo hablaría de poder. Poder para hacer el bien, dirán unos. Pero claro, no es un bien generalizado, es un bien exclusivo, organizado y dirigido. Resumiendo, es como el niño que aportaba el balón de reglamento en el partido y si le hacías un regate te señalaba y te dejaba fuera del encuentro. Si quieres la felicidad de todos los amigos pones el balón sin contraprestaciones.

El Paraíso es la expresión de amistad de Dios con la humanidad. Esto es un chantaje, claramente. Si crees en mí y me obedeces en todo te llevaré al Paraíso. Eso también lo hacía mi padre, el parque de atracciones le servía como chantaje para modelar mi comportamiento. Refuerzo positivo lo llaman los psicólogos. Pero claro, todo esto no es adoctrinar como sí lo era Educación para la Ciudadanía. Ni es pretencioso que la asignatura de religión sea evaluable y cuente para la nota media final al tiempo que la alternativa a la religión está vacía de contenido y valor académico. ¿Qué será lo próximo? ¿Metodología de la Inquisición como asignatura troncal?

No pretendo desprestigiar la religión, es una opción íntima de cada conciencia. Por eso, la educación religiosa no debe estar en la escuela pública ni la Iglesia recibir dinero de los presupuestos públicos para su mantenimiento. Los fieles de cualquier culto deberían mantener su elección de fe, no el resto. Este es un tema anquilosado en España, un lastre que se arrastra desde siglos. Si de verdad aspiramos a ser un país democrático y moderno, necesitamos una escuela en la que impere la razón, los conocimientos científicos y los conocimientos humanísticos para alimentar una sociedad que defienda principios y valores éticos de solidaridad y desarrollo comunitario. Una sociedad culta y crítica demandaría leyes encaminadas a la defensa del bienestar y la transparencia. Por el contrario, una sociedad en la que sus cerebros más brillantes emigran y las desigualdades se amplían, nos llevan a la nueva Inquisición con la Ley Mordaza y a aceptar que el hombre por sí mismo no puede ser feliz. Resignaros hermanos, resignaros.


¡Ay, pobre Galileo!





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