Estado y Democracia (II)

Por Alfonso Rodríguez Sapiña

Los aparatos jurídicos sirven para consumar o llevar por otros medios, lo iniciado por los aparatos directamente represivos: coaccionar o elevar a violencia su actuación contra las clases trabajadoras. La detención, con pruebas o sin ellas, el secuestro legal de personas que “en teoría” son ciudadanos libres con derecho a reunirse y manifestarse, es moneda corriente en las formaciones sociales capitalistas cuando el aparato propagandístico-ideológico va perdiendo su capacidad de consenso. Si la policía no es suficiente, quizá echen mano al ejército.

En nuestras sociedades occidentales, se puede trazar un paralelismo entre esta disidencia que es reprimida y castigada (con años de prisión y/o torturas) y “los locos y anormales”. Para los cuales existen similares métodos que no analizaremos aquí, pero da qué pensar acerca del autoritarismo, brutalidad e irracionalidad de quienes se dicen “demócratas”, “justos” y “sanos”.

Antes de dejar el tema y pasar a analizar “lo ideológico” y ya que el artículo quiere presentar algunas soluciones, aunque sea de aspecto general, para democratizar el Estado y con él a la sociedad que deberá supervisarlo; decir que habrá, en algún momento, que saberse si policía y ejército cumplirán con una futura legalidad republicana y socialista, si habrá que democratizar ambos: eligiendo a algunos mandos “desde afuera” y/o a otros “desde adentro”, o por el contrario habrá que formar un ejército semi-profesional al estilo de la extinta “mili”; mientras que la policía, igualmente se adapta a los tiempos.


Es importante que cambie la mentalidad de alguien que empuña un arma: puede evitar muertos y hacer prisioneros, puede negarse a cumplir una orden injusta o incluso puede ser un revolucionario capaz.


La ideología a nivel individual

Podemos entender la ideología como la suma de las representaciones, ideas, actitudes y comportamientos que permiten la sostenibilidad y cohesión de un tipo de sociedad, la formación de grupos afines (quizás también temperamental y caracterialmente compatibles). La ideología como moral, como justificación en el acto, que, en el caso de nuestras sociedades se basa en unas cuantas leyes:



-“tanto tienes, tanto vales”, “de esto careces, no vales de esto”
“tanto puteas, tanto obtienes” y “tanto ayudas, eso que pierdes el tiempo”
-“tanto que sabes, sufrirás más”, “si eres ignorante, vivirás mejor”.   

La ideología como representación es básicamente una figuración a nivel interno, que puede conllevar un afecto (amor u odio) o carecer de éste. Las representaciones pueden ser fantasiosas, oníricas (sueños o ensoñaciones) o delirantes. Mientras que una representación fantasiosa consuma –siempre a nivel interno- un deseo, una representación delirante consumará un miedo. En el caso de las representaciones oníricas es una mezcla de deseo y miedo. Este aspecto de la ideología sirve para explicarse uno su relación consigo mismo y con los demás aun cuando no intervenga directamente en las relaciones sociales y aun cuando históricamente ha sido ocultado. Al menos hasta las investigaciones del psicoanálisis y Sigmund Freud. No se trata aquí tanto de hacer diagnóstico caracterial (Wilhelm Reich) como de señalar que la utilidad de las representaciones imaginadas por los hombres en su devenir sociopolítico ha quedado patente, por ejemplo, en la cartelería, los murales, etc. Así de esta forma las ideas estéticas de la burguesía eran cuestionadas, además del valor en sí de determinadas obras, que es, ahí sí, incuestionable.


Las ideas, a un nivel ideológico, histórico, o se comunican o dejan de ser ideas. O se comparten mediante el habla o un formato escrito o, ineludiblemente pasan a formar parte de la memoria perdida de los muertos. Por eso las ideas implican un proceso de continuidad, cuando son idénticas. Un proceso de progresión cuando son parecidas. Y un proceso de ruptura, cuando son distintas. Hay que anotar que “en el camino” estos procesos pueden variar por lo que no hay “destino posible para las ideas: nada prefigurado”. La falta de ideas se materializa en actitudes pesimistas y la sobreabundancia de éstas, casi con toda probabilidad en alguna actitud utópica.


La ideología como actitud depende claramente de una valoración, no tan subjetiva como pudiera parecer. Esto es, la de medir o separar actitudes pesimistas, realistas-optimistas y utópicas. Unas caracterizadas por la pasividad y desesperación, otras por el análisis y la paciencia al llevar a cabo cualquier acción, y las últimas por “esa falta de aparente conocimiento”, una inocencia nada sutil y, por lo general, el fracaso como resultado. El voluntarismo, por ejemplo, entraría en la categoría de actitud utópica (cabe aclarar que dicho “utopismo” es inconsciente y no debe entenderse como que tener utopías es malo per se o, incluso conduce a dichas actitudes).


Podemos clasificar los comportamientos por la prevalencia del pensamiento (c. evasivo), por la prevalencia del habla (c. de justificación) o por la prevalencia del acto (c. de lucha). Al revés de lo que ocurre con las ideas o las actitudes –también generalmente con las representaciones-, los distintos tipos de comportamientos, entendidos así, no se excluyen.


La ideología, a nivel individual, incluyendo representaciones, ideas, actitudes y comportamientos se puede caracterizar por ser destructiva, estancada o creativa. Es decir, nos puede unir a proyectos –más adelante se analizará la ideología como proyecto político- que nos hagan esclavos, dependientes, etc. Nos puede sumir en la desgana o la apatía. O puede ayudarnos a ser felices si utilizamos todo este “yo nuestro” que no es exactamente nuestro cuerpo ni nuestro subconsciente a caminar con nosotros y en la vida. La ideología, además, no excluye sentimiento ni intelecto.



La ideología a nivel social


Hagamos una serie de distingos aunque no podamos profundizar en ellos:


-la ideología (sociopolítica) dominante


-la ideología dominante de una formación social concreta: a) formación socialista b) formación capitalista, p.e.: la española (caracterizada por el nacionalismo centralista y los nacionalismos de la periferia, “el juancarlismo”, “la fama y el dinero”, “fútbol y toros”, el patriarcado, cierto racismo, etc.)


-la ideología de un credo religioso concreto (p.e.: el catolicismo, con su fe en otro mundo, la estrechez matrimonial, la limosna y la caridad, la protección a toda costa del núcleo familiar tradicional -"familiaritis"-. Estos valores serían defendidos no sólo por la propia jerarquía monástica sino además por, al menos, los sectores de la burguesía más derechizados)
la ideología de determinadas asociaciones o clubes literarios, artísticos y deportivos (ideología “cultural” a falta de un nombre mejor)


-la ideología de familias concretas, tanto la de los pudientes como la de las clases populares: al ser la familia potencialmente “unidad de producción y consumo” (lo que garantiza años de dependencia económica por parte de los jóvenes), foco de relaciones afectivas positivas y negativas que dotan, junto al sistema educativo, de “una visión del mundo” –en parte una ideología- a los “padres del porvenir”. La familia es un modo de cohesión en sí mismo y su complejidad en la formación de la personalidad muy interesante, aunque no podamos detenernos aquí (remito nuevamente al psicoanálisis freudiano y a Wilhelm Reich). Para lo que nos interesa: la medida en que ésta reproduce la ideología dominante o “atrapa” en las rigideces sociales imperantes, cabe ahora relativizar ante la “relajación” –que no “revolución”- en las costumbres, de manera que los hijos no tienen por qué seguir al mismo líder o los mismos proyectos que sus padres. Además, la familia admite hoy en día, en algunos países, la homosexualidad.


El caso concreto de los aparatos ideológicos de Estado de información 


La prensa, la radio y la televisión ignoran muy a menudo los hechos que no interesa narrar. “Recortan” unos acontecimientos de otros aun cuando están directamente relacionados. Destacan o infravaloran unas noticias, como ocurre con las portadas. Efectúan una interpretación de los hechos de acuerdo a la ideología dominante –en tanto falsificación- y no de una forma objetiva, se base o no en una pretendida explicación científica.


Son además de medios de cohesión y pacificación social –logran a veces incluso enemistar a quienes de un modo honesto no debieran estarlo-, negocios en manos privadas que en ocasiones se financian con publicidad, siendo ésta, igualmente en ocasiones, machista y contradictoria.


Con todo, los periodistas, que son verdaderos trabajadores asalariados y muchas veces en precario, reclaman una supervisión de la información por parte de su gremio y asociaciones.


Algunos otros significados de “ideología” 


¿debiéramos hablar de la palabra-concepto “ideología” aplicando a esta la propia desviación o tendencia a que da nombre: de un modo ideologizado? Pero en este caso tendríamos que dárnoslas de científicos cuando no lo somos en absoluto; o bien desechando esta palabra-concepto, esgrimiendo que está poco menos que vacía, que ya no explica nada, que pertenece a una teoría crepuscular –vean para asco de todos el libro El crepúsculo de las ideologías de Gonzalo Fernández de Mora-; también como “algo” muerto, que pudiera pasar por tal, quiero decir, como los ideales de aquellos que mantienen una ética en su intervenir político.


Ideología es también soltar el tópico, la respuesta aprendida… si pensamos que en determinados asuntos o ámbitos se zanjan cosas con tres o cuatro palabras, que pretenden pasar por una valoración definitiva, no nos extrañará encontrarnos con que el significado más extendido de ideología –de entre los constructivos, y teniendo en cuenta que en tanto representaciones, ideas, etc. es, desgraciadamente algo quizás “demasiado elaborado”- sea proyecto donde no se engaña a nadie, donde tampoco existe intención de engañar. Evidentemente que, también, un proyecto no tiene por qué ser pro-político o apolítico, puede haber otros puntos de vista o, simplemente un número tan reducido de personas que no puedan entrar en estas categorías, pero sí que tengan un proyecto.


Volviendo;¿todas las ideologías son iguales? ¿igual de malignas? ¿igual de inoperantes? ¿igual de aburridas? Es mejor hacer caso omiso a estas preguntas cuando se tienen mínimamente las cosas claras.


Tenemos ya unas cuantas definiciones de ideología, pero aún podríamos incluir dos o tres más: el concepto de Hegel –y dejémoslo ahí-. Y como “lo contrario a la ciencia –y así retomaríamos por el principio-”. Esta definición es una libre interpretación de La Ideología Alemana –libro fundacional del materialismo histórico- y de los escritos de Althusser. En este sentido decir que hay, de algún modo, ideologías involuntarias –sin mala fe- y el acto, a veces bien complejo, de discernir ideología de ciencia puesto que uno puede creerse feliz o infelizmente sus mentiras o fantasías y hay ciencia sin rigor metodológico; luego hay ciencia que puede resultar no serlo, no sólo desde un punto de vista marxista, sino también desde un punto de vista filosófico-científico más amplio.

Añadir inmediatamente que la distinción entre ciencia burguesa y ciencia proletaria, es un ataque al aspecto –o uno de los aspectos, más valiosos de la ciencia: su unicidad; y también al proyecto emancipador de los trabajadores, en tanto que se pudieran negar los resultados verificables y la descripción y el análisis verosímil, que desde cada campo teórico pudieran ayudarnos en nuestro proyecto. 


Hay que evitar ser necios o brutos y no pretender que una opinión se deba evitar o prohibir por pasar por ideología. No es lo mismo las opiniones que la ideología. La ideología suele ser tajante mientras que una opinión es siempre aproximación.


Como respuesta aprendida y reproducida tiene varias funciones: aletargar cualquier cambio, justificar actos propios y ajenos, arengar, recordar frases o consignas (sea una broma o buena o mala fraseología, se entiende que la positiva es simplemente la cita en un contexto apropiado), humillar y molestar de diversos modos: como el hacer callar… poco se puede extraer para su uso de estas funciones de “la ideología”:


justificar está bien cuando de lo que se trata es de reforzar una sabia posición


¡arengar, por supuesto! Pero no se debe caer en los errores del enemigo al utilizar un lenguaje muy ambiguo. En la arenga prima un discurso político aprendido, pero también debiera ocupar su espacio el sentimiento afín de los asistentes y su libre compartir opiniones entre sí y/o con quien lanza el discurso.


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