Por Álvaro Alconada Romero
Tras mi corta experiencia en
Addis Abeba quería compartir algunas vivencias con vosotros. No quiero que se
interpreten las siguientes pinceladas sobre ciertos aspectos del lugar como una
visión elaborada o unas afirmaciones definitivas, sino como una experiencia
particular, muy limitada y subjetiva. Intentaré transmitir una visión que se
aleje de los polos habituales que por un lado recuerda el impacto en los medios
de la guerra y hambruna de los noventa y/o identifica el país con la pobreza,
la compasión y los vagabundos y, en el otro extremo, cierra los ojos a los
problemas centrándose en un exagerado orgullo nacionalista. Por eso me centraré
en traeros otras cosas que he vivido, conocido y sentido en este contexto.
Addis Abeba, que significa “Nueva
Flor” permanece abierta al visitante con los colores de su mestizaje de
culturas y religiones. Es una ciudad segura y tranquila a pesar de sus calles
ajetreadas, sus puestos de venta improvisados en algunas calles y de tener el
mercado más grande de África. El entorno es muy particular, ya que la ciudad se
dispone entre montes en la meseta central del país a 2.500 metros de altura,
siendo una de las capitales más altas del mundo. Ahora es una época seca y de
calor y la vegetación más verde y frondosa se concentra en las riberas. Así
pude comprobarlo en los arroyos que cruzan la capital sobre un lecho rocoso
que, por otro lado, cubre tristemente la contaminación y la basura en
determinadas partes del cauce. Es una ciudad dinámica y en continua y
vertiginosa construcción.
Lo primero y creo que más
destacable que he podido comprobar al llegar a Etiopía, es que realmente aquí
está el “verso de la humanidad”. Uno puede comprobarlo físicamente yendo al
Museo Nacional y viendo los grandes y revolucionarios descubrimientos de
fósiles de nuestros antepasados entre los que destaca “Lucy”, nuestra
antepasado Australopitecus que vivió hace más de tres millones de años. La
existencia de este origen común creo que significa mucho: significa una
hermandad universal, y así bromeaba con la gente diciendo que había ido a
visitar a nuestra abuela. Esto me lleva a hablar de otro sentido de humanidad
presente pero más abstracto que maravilla y transporta al mismo tiempo a las
virtudes y a las miserias de nuestra esencia. En este sentido es maravillosa la
hospitalidad y apertura de la gente a pesar de estar en una ciudad de siete
millones de habitantes, la tranquilidad para compartir una conversación,
saludar y la disposición y amabilidad para ayudar a cualquiera. La vida en la
ciudad es para muchos complicada, ya que hay un serio problema de vivienda y la
gente improvisa chabolas o se apiñan donde pueden, habiendo mucha gente
durmiendo en la calle. Este problema es común a los estudiantes que llegan de
todo el país para estudiar en la universidad pública y gratuita que se
encuentra en el centro de la capital. En general la población entiende algunas
palabras en inglés, pero son estos estudiantes los que tienen la capacidad de
mantener una conversación más profunda y los que además suelen aproximarse al
extranjero para practicar idiomas, hablar, conocer y tal vez recibir algunos
birr por echar una mano en algo. Con esto no quiero llevaros a pensar que en
las calles abunden personas interesadas, de hecho es casi tan común ver gente
que pide educadamente dinero como aquellos que muestran orgullo e incluso aires
de superioridad por su identidad etiope. En este sentido no sentí como positivo
ninguno de los extremos a los que no pertenecen la inmensa mayoría de la
población, pero igual que ya os he hablado de uno, he de decir que la
fascinante historia del país no tiene desperdicio y la riqueza cultural es
fascinante.
En el Museo Nacional se pueden
ver restos arqueológicos milenarios (además de los millonarios de los que ya he
hablado) de una herencia cultural diversa que llega hasta el día de hoy con
datos como el hecho de haber alrededor de 80 grupos étnicos, multitud de
lenguas y la adopción del Amharik como lengua nacional con un alfabeto propio.
Así mismo se rigen por un calendario específico marcado por las festividades de
la Iglesia Ortodoxa Etiope que siguen millones de fieles y que ligó durante
siglos iglesia y estado bajo la figura del emperador (entendido como
descendiente del rey Salomón y la reina de Saba) en un imperio que, según las
hipótesis más recientes, llegó a extenderse a ambos lados del Mar Rojo. La
importancia de esta religión es manifiesta hasta nuestros días constituyendo
una mayoría en el país, pero también conviven con una amplia comunidad
musulmana y con otras creencias y religiones tradicionales e importadas. Fruto
de esta riqueza de creencias en Addis Abeba se pueden ver una gran mezquita y
iglesias como la de la Sagrada Trinidad, que es una de las más importantes de
la iglesia ortodoxa etiope y en cuyos alrededores están enterrados personajes
históricos y populares entre los que se encuentran los diferentes obispos de
este credo, un querido presidente del gobierno o el último emperador de Etiopía
Haile Selasie, conocido en todo el mundo por los que le identifican como una
divinidad en la tierra adoptando su nombre antes de la coronación Ras (que
significa cabeza) –Tafari. Sin embargo, si hay que destacar un nombre y un
evento de la historia reciente de Etiopía como nación, ese es el del emperador
Menelik II que en la batalla de Adwa (1896) venció definitivamente a las tropas
italianas impidiendo la conquista y constituyéndose como la única nación
africana libre de la colonización europea y marcando un hito en la historia que
identificaría una vez más este lugar con el origen y con la resistencia.
Abandonando ya el contexto
histórico se me ocurren muchas cosas que decir y creo que las particularidades
de las regiones, de sus pueblos y de las leyendas que he oído y leído es mejor
que las conozcáis por vosotros mismos o por boca de alguien más experimentado.
Sólo quiero dejaros con la mejor intención estos apuntes para introducir en esa
visión estereotipada de Etiopía unos cuantos datos más que, quizá sean
estereotipos, pero creo que ayudarán a entender la mayor diversidad de un país
del que sabemos poco. Por último, y para dejaros con buen sabor de boca, no me
despido sin antes referirme a un producto que tiene su origen y máxima calidad
en estas fértiles tierras: el café. No dejéis de probar tanto la gastronomía
como el café si pasáis por Etiopía y, sobre todo, no perdáis la oportunidad de
reuniros y conversar sintiendo el tiempo compartido entre las tres tazas de
café que tradicionalmente se toman rebajando progresivamente su concentración: “abal,
tona y breka”.
Finalmente os invito a conocer
obras de jóvenes artistas etíopes y la diversidad de técnicas y temáticas en
sus creaciones.
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