El ataque de los cuñaos
Por Eduardo Bueno
Vegara
Se acerca la nochebuena y con
ella las cenas familiares. Uno esperaría encontrar en esas reuniones algo de tranquilidad
y regocijo, y no necesariamente por ser “unas fechas tan señaladas”, sino más
bien porque uno las pasa en compañía de la gente que quiere. Y así sería si el
dios vengativo bíblico no hubiese enviado un plaga mucho peor que aquellas que
lanzó contra los egipcios: me refiero a los cuñados.
Un cuñado no tiene por qué ser
necesariamente tu cuñado, puede ser tu primo, tu suegro o, quién sabe, incluso
tú mismo. Es fácil identificar a los cuñaos porque siempre presumen de que saben
más que tú, compran más barato que tú, o han hecho algo antes que tú. Un cuñado
ya ha visto esa película que tú tenías pensado ver y, si no la ha visto, es que
no merece la pena.
La tipología del cuñado es muy
amplia, pero vamos a centrarnos en una especialmente molesta: el cuñado que
“sabe” de política. El cuñadus políticus
es normalmente conservador, aunque no le gusta identificarse con “la derecha”.
Puede ser “de centro”, “moderado” o “liberal”, lo cual, en realidad, dice bien
poco de alguien. El caso es que le gusta dar lecciones de democracia aunque,
paradójicamente, no le gusta que se consulte a la gente a la hora de tomar las
decisiones de gobierno: “dejemos las cosas como están”, “los experimentos con
gaseosa”, “eso en España no funcionaría”, son frases que utiliza habitualmente.
Pues bien, ese cuñado político
del que todos conocemos algún ejemplar, escucha cada mañana a Carlos Herrera o al
monaguillo de turno de la Cope, interioriza bien el mensaje y, a veces, lo
complementa con la lectura del algún periódico de esos que sollozan y ensalzan
a los ricos cuando éstos mueren y pasan a peor vida (El País, El Mundo, el ABC,
La Razón, vienen a decir lo mismo, aunque con distintas palabras). Es así como
se forma el argumentario del que hará gala cuando llegue la inevitable
conversación sobre política.
Son muchos los disparates que
puede lanzar un cuñado animado por la bebida que acompaña a la cena de
nochebuena: que si hace falta mano dura, que si hay que llegar a grandes
acuerdos, que si hay que arrimar el hombro, que si hay que remar todos en la
misma dirección, que si hay que reducir el número de funcionarios, que si hay
que fijarse en emprendedores como el dueño del Mercadona... Son tantos que,
quizá, el mejor antídoto sería un “¡¡¡VESTE A LA MIEEEEERDAAAAA!!!!” como
propone el sabio Marcial Ruiz Escribano en el vídeo que acompaña al artículo. Pero
dado que queremos una cena en paz y armonía, vamos a intentar ser cordiales,
contrarrestando al cuñado con datos objetivos que pueden abofetear educadamente
su cara. Es imposible abarcar todos los temas que el cuñado “conoce” (Cataluña,
China, la crisis, el paro, el feminismo), de modo que nos vamos a centrar en
uno de sus favoritos: la República Bolivariana de Venezuela.
Empecemos por un punto que
podemos compartir con el cuñado: Venezuela está atravesando un momento
delicado. Pues sí, esto es así, pero como muchos otros países del mundo. Ahora
bien, las dificultades que existen ¿son responsabilidad del actual gobierno de
Nicolás Maduro o del anterior, de Hugo Chávez? Evidentemente, parte de
responsabilidad tienen, sería estúpido negarlo. Pero habría que preguntarle al
cuñado de turno si antes de la llegada de Chávez al gobierno, las cosas
marchaban mejor en ese país. Y la respuesta es rotundamente NO.
Al contrario. El cuñado debería
saber que Venezuela antes de 1998 era el ejemplo de un país esquilmado por una
potencia extranjera en connivencia con las elites dirigentes. Un país que ponía
sus recursos naturales a disposición de una minoría adinerada. Un país en el
que la mayoría de su población era pobre y no recibía ningún tipo de atención
ni asistencia por parte del Estado.
El cuñado puede responder, “¿y
qué ha hecho Chávez para mejorar la situación?”. Pues bien, este es sólo un
pequeño resumen de la aportación del gobierno bolivariano para mejorar la
situación de la mayoría de sus ciudadanos:
POLÍTICA SOCIAL: Reducción del
número de pobres y también disminución de la desigualdad social. El hambre se
ha erradicado.
EDUCACIÓN: Se ha acabado con el
analfabetismo, al tiempo que ha aumentado en número de estudiantes en todos los
niveles, desde las guarderías hasta las universidades.
SALUD: Se ha reducido la
mortalidad infantil, casi la totalidad de la población tiene acceso a agua
limpia, se ha generalizado la asistencia sanitaria, creciendo a la vez el
número de médicos por habitante.
MUNDO DEL TRABAJO: Se ha reducido
el paro al tiempo que se han destinado más recursos a los desempleados.
No todo son luces, por supuesto,
y también tiene sombras. Dos de los problemas más acuciantes para el país son
la corrupción y la inseguridad ciudadana. Sin embargo, estos no han sido
problemas creados a raíz de la victoria de Chávez, como lo pone de manifiesto
el hecho de que en 1998 un informe
de Human Rights ya señalase lo escandalosamente habituales que eran los
asesinatos, las torturas o las ejecuciones extrajudiciales. Un problema
preexistente en Venezuela, de modo que, si acaso, se puede afirmar que no ha
sabido acabar con la violencia en las calles, pero nunca de haberla provocado,
como así les gusta narrar a los principales medios de comunicación.
Pero el cuñado es un ser muy
tenaz, de modo que irremediablemente acudirá a estos dos argumentos que ha
escuchado infinidad de veces en la radio: Venezuela es una dictadura y no
existe la libertad de expresión.
Pues tampoco es verdad. Lo cierto
es que la amplia mayoría de medios de comunicación son privados. Países como
Francia o Reino Unido tienen una representación mucho mayor de medios públicos.
La imagen de Mario Vargas Llosa en Venezuela, denunciando la falta de libertad
de expresión ante numerosos medios de comunicación, muy ilustrativa.
Fuente: http://www.eldiario.es/zonacritica/Perlas-informativas-abril_6_255884422.html
En cuanto a lo de dictadura,
pocos dirigentes mundiales se han sometido a tantos procesos democráticos
reconocidos y validados por organismo internacionales como Hugo Chávez: 14.
Pero un cuñado no claudica
fácilmente, y quizá saque a relucir aquel golpe de estado protagonizado por
Chávez en 1992. Habría que recordarle contra quién fue: Carlos Andrés Pérez, el
presidente responsable del episodio conocido como Caracazo, en el que la
policía abrió fuego contra unos manifestantes y acabó con la vida de, según la
versión oficial, 300 personas. El mismo presidente que fue depuesto por el
poder judicial por malversación de fondos públicos y fraude.
No estaría de más, hacerle ver el
doble rasero que siguen algunos a la hora de considerar movimientos de
protesta. Así, después de otro golpe de estado, esta vez contra Chávez en 2002,
el gobierno de España, presidido entonces por José María Aznar, legitimó de
forma apresurada ese acto antidemocrático, al tiempo que el diario El País
hacía lo propio con uno de los editoriales
más rastreros y bochornosos de la historia del periodismo.
En cualquier caso, ni todos los
argumentos del mundo, ni todas las certezas del universo serán capaces de
lograr que un cuñado reconozca que estaba equivocado. Pero si, al menos, usted consigue
que el cuñado diga refunfuñando “bueno, mejor no hablemos de política”, le
habrá vencido.
Los datos los he obtenido de:
Muy recomendable ver Al sur de la Frontera,
el documental de Oliver Stone que trata sobre los movimientos de recuperación
de soberanía que se están produciendo en América Latina contra las políticas
neoliberales del Fondo Monetario Internacional.
“La loca de la casa”
Si no la usas, se marchita. Le
ocurre como a esa patata frita que se cuela disimulada tras el cojín del sofá y
cuando la vuelves a ver, pasada una semana, ya no se la quiere comer ni tu
perro… pues eso. Pero no sólo se arruga y pierde elasticidad, también adquiere
una espantosa tonalidad gris mugre que nubla cualquier atisbo de color que
asome divertido entre tu pelo. A quienes la han dejado evaporarse, se les
reconoce con facilidad: piel mortecina, pétreos ojos y mueca aburrida. Son
gentes que siempre están cansadas y repiten fatigas sin cuestionarlas. Sin
embargo, no hace tantos inviernos, esas mismas gentes buscaban convencidas una
cama con boliche para hacerla volar, y poder ir sobre ella a un país donde las
orugas fuman en cachimba y te hacen preguntas incómodas. Han olvidado que, en
algún momento, subieron a un coche pensando que si escuchaban atentamente el
ruido de su motor, conseguirían elevarse y surcar mares de nubes perezosas.
Porque, en definitiva, si dejas que se oxide, llegará un día que ya no
recordarás su nombre, los trazos de palabras no podrán devolverte agradecidos una
aventura y por mucho que rías, no subirás un palmo del suelo, ni llegarás a la
hora convenida para celebrar tu merienda con ese dragón tan chisposo que
conociste. Porque con ella, una tediosa cola en un banco, puede llegar a
convertirse en el atraco perfecto. O, incluso, cuando los nudos aprietan, te
permite inventar letras capaces de deshacerlos con sólo gritarlas. Porque si la
disfrutas, silbarás, casi sin darte cuenta, notas que cambiarán las cosas de
sitio y empujarán canciones afónicas al lugar del que nunca debieron salir. Porque
si la mimas, si la compartes y la estiras, comprobarás que vuelves a bailar
sobre los charcos y a soñar en almohadas de pompas de jabón. Y sí, se puede
recuperar. No es sencillo y requiere constancia, pero sé por quienes lo han
logrado que el resultado bien merece la pena el esfuerzo, tan sólo hay que
ponerla en movimiento tres ciempiés cada semana. Y si no funciona, siempre
puedes escribir a los Reyes Magos pidiéndoles que te la devuelvan, estoy segura
que estarán encantadísimos de poder ayudarte.
Se armó el Belén
Por Ana Martínez Marco
De entre tantísimas, esta es una de la muchas escenas que podría representar el Belén que tenemos montado los españoles desde hace mucho tiempo. No será por figuritas, perdón, personajes, en nuestro caso hay que hablar de personajes. ¡Para dar y regalar!
Mira que tenemos caganers en la caja de adornos: exministras de Sanidad, presidentes de Comunidades Autónomas que viajan low-cost, alcaldes que para vivir en Valladolid no da ningún gusto escucharles hablar, presidentas del Círculo de Empresarios... Pero nada, no me decidía, y si los ponía a todos ¡imaginaos la postal! Pues eso, una cagada.
Guardado el pegamento, las tijeras y las ganas de ponerle un poco de humor al panorama que tenemos, la que escribe, recorta y pega, así como todos mis compañeros de El Perro Rojo, os deseamos unas Fiestas lo más Felices que se puedan.
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¡FELIZ NAVIDAD!
Asamblea Nacional por Navidad
Por Miguel Ángel Viso Camenforte
Se acerca uno de los grandes
momentos del consumo anual. Pero este año, como los últimos, el consumo de la
mayoría no será elevado. Habrá que escatimar en regalos porque no hay guita y
la cuesta de enero se antoja un Everest. Muchas familias volverán a juntarse y
precisamente el capital, o más bien la ausencia de este, será uno de los temas
de conversación. Probablemente, en numerosos hogares se regalará “El capital
del siglo XXI” de Thomas Piketty.
Este economista francés,
socialdemócrata nada radical, está dando mucho de hablar con su obra. Los
medios de comunicación neoliberales no tardarán en acusarlo de comunista,
populista y demagogo. ¿Saben por qué? Porque Piketty asegura que tras la caída
del muro de Berlín y del socialismo soviético, el libre mercado fue el
encargado de llevar a cabo la globalización, sin embargo, él apuesta por repensar los límites del mercado.[i]
“¡¿Cómo se atreve?!” Gritarán unos. “¡Maldito rojo!” Asegurarán otros. Y será
triste, muy triste para la izquierda, que el nuevo Keynes sea acusado de
radical.
Thomas Piketty propone acabar con la austeridad europea, desarrollar la Europa política, unificar la fiscalidad en la zona euro e invertir en educación e innovación. Parece obvio que no pretende destruir el capitalismo, tan solo dotarlo de herramientas que reduzcan las desigualdades y reviertan en un progreso global. Para llegar a esta situación no puedo dejar de preguntarme una cuestión, ¿a dónde fueron los partidos socialdemócratas en los últimos 30 años?
Esta famosa viñeta de la
Revolución Francesa vuelve a cobrar sentido. Entonces el tercer estado
(burgueses, artesanos, campesinos…), sostenían con sus impuestos los
privilegios de la nobleza y el clero. Ahora, los trabajadores contribuyen al
fisco con elevados impuestos al tiempo que las grandes empresas y fortunas
disfrutan de privilegios fiscales (impuesto de sociedades, paraísos fiscales,
etc.). Parece que la hora de confluir para cambiar las reglas y volver al juego
de pelota en Asamblea Nacional ha llegado. Las cenas de Navidad servirán de
sondeo para ver hasta dónde estamos dispuestos a ceder y exigir.
Etiopía: desde el origen de la humanidad
Por Álvaro Alconada Romero
Tras mi corta experiencia en
Addis Abeba quería compartir algunas vivencias con vosotros. No quiero que se
interpreten las siguientes pinceladas sobre ciertos aspectos del lugar como una
visión elaborada o unas afirmaciones definitivas, sino como una experiencia
particular, muy limitada y subjetiva. Intentaré transmitir una visión que se
aleje de los polos habituales que por un lado recuerda el impacto en los medios
de la guerra y hambruna de los noventa y/o identifica el país con la pobreza,
la compasión y los vagabundos y, en el otro extremo, cierra los ojos a los
problemas centrándose en un exagerado orgullo nacionalista. Por eso me centraré
en traeros otras cosas que he vivido, conocido y sentido en este contexto.
Addis Abeba, que significa “Nueva
Flor” permanece abierta al visitante con los colores de su mestizaje de
culturas y religiones. Es una ciudad segura y tranquila a pesar de sus calles
ajetreadas, sus puestos de venta improvisados en algunas calles y de tener el
mercado más grande de África. El entorno es muy particular, ya que la ciudad se
dispone entre montes en la meseta central del país a 2.500 metros de altura,
siendo una de las capitales más altas del mundo. Ahora es una época seca y de
calor y la vegetación más verde y frondosa se concentra en las riberas. Así
pude comprobarlo en los arroyos que cruzan la capital sobre un lecho rocoso
que, por otro lado, cubre tristemente la contaminación y la basura en
determinadas partes del cauce. Es una ciudad dinámica y en continua y
vertiginosa construcción.
Lo primero y creo que más
destacable que he podido comprobar al llegar a Etiopía, es que realmente aquí
está el “verso de la humanidad”. Uno puede comprobarlo físicamente yendo al
Museo Nacional y viendo los grandes y revolucionarios descubrimientos de
fósiles de nuestros antepasados entre los que destaca “Lucy”, nuestra
antepasado Australopitecus que vivió hace más de tres millones de años. La
existencia de este origen común creo que significa mucho: significa una
hermandad universal, y así bromeaba con la gente diciendo que había ido a
visitar a nuestra abuela. Esto me lleva a hablar de otro sentido de humanidad
presente pero más abstracto que maravilla y transporta al mismo tiempo a las
virtudes y a las miserias de nuestra esencia. En este sentido es maravillosa la
hospitalidad y apertura de la gente a pesar de estar en una ciudad de siete
millones de habitantes, la tranquilidad para compartir una conversación,
saludar y la disposición y amabilidad para ayudar a cualquiera. La vida en la
ciudad es para muchos complicada, ya que hay un serio problema de vivienda y la
gente improvisa chabolas o se apiñan donde pueden, habiendo mucha gente
durmiendo en la calle. Este problema es común a los estudiantes que llegan de
todo el país para estudiar en la universidad pública y gratuita que se
encuentra en el centro de la capital. En general la población entiende algunas
palabras en inglés, pero son estos estudiantes los que tienen la capacidad de
mantener una conversación más profunda y los que además suelen aproximarse al
extranjero para practicar idiomas, hablar, conocer y tal vez recibir algunos
birr por echar una mano en algo. Con esto no quiero llevaros a pensar que en
las calles abunden personas interesadas, de hecho es casi tan común ver gente
que pide educadamente dinero como aquellos que muestran orgullo e incluso aires
de superioridad por su identidad etiope. En este sentido no sentí como positivo
ninguno de los extremos a los que no pertenecen la inmensa mayoría de la
población, pero igual que ya os he hablado de uno, he de decir que la
fascinante historia del país no tiene desperdicio y la riqueza cultural es
fascinante.
En el Museo Nacional se pueden
ver restos arqueológicos milenarios (además de los millonarios de los que ya he
hablado) de una herencia cultural diversa que llega hasta el día de hoy con
datos como el hecho de haber alrededor de 80 grupos étnicos, multitud de
lenguas y la adopción del Amharik como lengua nacional con un alfabeto propio.
Así mismo se rigen por un calendario específico marcado por las festividades de
la Iglesia Ortodoxa Etiope que siguen millones de fieles y que ligó durante
siglos iglesia y estado bajo la figura del emperador (entendido como
descendiente del rey Salomón y la reina de Saba) en un imperio que, según las
hipótesis más recientes, llegó a extenderse a ambos lados del Mar Rojo. La
importancia de esta religión es manifiesta hasta nuestros días constituyendo
una mayoría en el país, pero también conviven con una amplia comunidad
musulmana y con otras creencias y religiones tradicionales e importadas. Fruto
de esta riqueza de creencias en Addis Abeba se pueden ver una gran mezquita y
iglesias como la de la Sagrada Trinidad, que es una de las más importantes de
la iglesia ortodoxa etiope y en cuyos alrededores están enterrados personajes
históricos y populares entre los que se encuentran los diferentes obispos de
este credo, un querido presidente del gobierno o el último emperador de Etiopía
Haile Selasie, conocido en todo el mundo por los que le identifican como una
divinidad en la tierra adoptando su nombre antes de la coronación Ras (que
significa cabeza) –Tafari. Sin embargo, si hay que destacar un nombre y un
evento de la historia reciente de Etiopía como nación, ese es el del emperador
Menelik II que en la batalla de Adwa (1896) venció definitivamente a las tropas
italianas impidiendo la conquista y constituyéndose como la única nación
africana libre de la colonización europea y marcando un hito en la historia que
identificaría una vez más este lugar con el origen y con la resistencia.
Abandonando ya el contexto
histórico se me ocurren muchas cosas que decir y creo que las particularidades
de las regiones, de sus pueblos y de las leyendas que he oído y leído es mejor
que las conozcáis por vosotros mismos o por boca de alguien más experimentado.
Sólo quiero dejaros con la mejor intención estos apuntes para introducir en esa
visión estereotipada de Etiopía unos cuantos datos más que, quizá sean
estereotipos, pero creo que ayudarán a entender la mayor diversidad de un país
del que sabemos poco. Por último, y para dejaros con buen sabor de boca, no me
despido sin antes referirme a un producto que tiene su origen y máxima calidad
en estas fértiles tierras: el café. No dejéis de probar tanto la gastronomía
como el café si pasáis por Etiopía y, sobre todo, no perdáis la oportunidad de
reuniros y conversar sintiendo el tiempo compartido entre las tres tazas de
café que tradicionalmente se toman rebajando progresivamente su concentración: “abal,
tona y breka”.
Finalmente os invito a conocer
obras de jóvenes artistas etíopes y la diversidad de técnicas y temáticas en
sus creaciones.
Así en mi delirio hablé
Por Alfonso Rodríguez
Sapiña
Me dijo el familiar obsesivo: tú deliras
me dijo el psiquiatra sádico: tú deliras
y era verdad, en mi delirio además el familiar era obsesivo y el
psiquiatra era sádico.
En mi delirio era normal delirar y anormal obsesionarse o ser
cruel.
En mi delirio era normal aspirar a la amistad y el amor en mitad
de tanta lucha de clases.
Los trabajadores necios de la política te rebajan a ciudadano de
segunda.
Los trabajadores necios del periodismo te rebajan a loco
peligroso o asesino.
Claro, yo deliro en un mundo que me exige algo que no puedo dar:
la cordura del necio, la productividad del trabajador sumiso, el
“sí, su majestad”
a las estructuras sociales que me precedieron y yo no pude
elegir.
Me dijeron que tenía que aceptar mi enfermedad.
Yo estaba enfermo porque no podía controlar pensamientos
perjudiciales.
Yo pensaba que pensamientos perjudiciales eran los que te hacían
sufrir.
Me equivocaba: también aquellos con los que disfrutas, pero son
extraños.
Y son extraños bajo el supuesto de que te alejan de la realidad.
Bajo estos parámetros se podía decir que había pasado mucho
tiempo enfermo
pero bajo estos parámetros se podía decir también que había
pasado mucho tiempo sano.
Bajo estos parámetros se podría decir que tú, yo, aquel, somos
susceptibles
de ser unos enfermos, solo que unos lo podrán ser oficialmente,
otros lo ocultarán
y finalmente habrá personas con tanta suerte como para ser
felices y adecuar su pensamiento a la realidad, al mismo tiempo.
¿Tomarse tanta molestia para que, con una firmita, te digan
“estás sano”?
No.
Si la salud es una felicidad hecha al uso del psiquiatra no
cuente con mis saltos de alegría.
Si adecuar el pensamiento a la realidad me va a impedir la
crítica y la lucha por un mundo justo, no cuente con mi elogio, ni tampoco con
mi indiferencia.
Seguiré fantaseando con un mundo anormal, seguiré con mi
ideología trasnochada
y seguiré con una lucha ora mayoritaria, ora minoritaria
hasta que el detritus social desaparezca y con ello todas sus
mentiras:
las que nos venden por un saco de certezas cómodas
las que nos venden por aceptar una condición de máquinas sin
deseos loables
y sin creatividad más allá de la “locura del genio”
Pero si eres de la clase de enfermos que no se recupera en unos
meses de su sufrimiento o alejamiento de la realidad te recetarán medicamentos.
Es la norma.
Desde que la locura y la demencia eran tratados en Manicomios
y otros centros de hacinamiento han enseñado a los psiquiatras
que su función no es escuchar, no es buscar una solución en el
psiquismo del paciente:
a veces basta con recetar medicación y dejar al desarrollo de
“lo público” y los derechos humanos lo restante…
no puedes ser psiquiatra y no recetar medicación. Serías un
psiquiatra anormal,
sino enfermo, tan estrafalario como para que se te cuestionara
la profesión y tu autoridad:
se te diría “si no recetas medicamentos ¿para qué quieres
atender a pacientes con enfermedad mental”?
Si empatizas con el paciente se te dirá: “¿no te estás
convirtiendo peligrosamente en el amigo de quien (no) medicas?”
Siendo así, ¿no les parece justificado que veamos con
desconfianza a todos estos profesionales y no meramente por un motivo de
paranoia?
Pueden ser unos grandes profesionales, eso sí, que dentro de los
límites marcados por la tradición, lo hagan bien a ojos de personas que a su
vez asumen esa tradición. Así: anulados aquellos que pueden cuestionar esa
tradición, van reproduciendo, recreando todo ese mundo
siniestro que llamamos hipócritamente Salud Mental
…
Así que yo consumí tercamente aburrido y dudoso de su eficacia
los medicamentos que los farmacéuticos normales y los
psiquiatras normales
consideraban más adecuados para mí -creo-.
Y como no me obsesionaba ni hacía daño a nadie, las
posibilidades de diagnóstico
eran dos: masoquismo o esquizofrenia.
Pero como a mí no me gustaba recibir golpes ni en la piel ni en
la dignidad
me dijeron esquizofrénico, a la par que, sometiéndome a prueba,
tanteasen
la posibilidad de añadir el adjetivo “desafiante”.
Y es normal, porque quien fantasea, quien aspira a mejorar y
mejorarse,
quien con sus análisis intenta penetrar críticamente en las
cosas
no puede ser otra cosa que un estorbo.
¿Y entonces los obsesionados con la revolución? ¿los demoledores
del sistema?
Esos sí, también están enfermos. Solo que la medicina para ellos
es otra:
la porra, los gases lacrimógenos, las balas de goma, etc.
Todo normal, hasta tal punto, que no nos extraña, que no genera
en nosotros
la franca y decidida repulsa. Esperando una reforma de algo que
engulle
a los más decididos y francos reformistas. Y no sólo
ideológicamente
sino también de una forma que acaba haciéndolos defensores
–porque callan la injusticia,
porque aún deseándolo no encuentran la valentía siquiera para
balbucear-
de aquello que un día les produjo dolor.
Y duele la ignorancia, la estupidez, la mezquindad
del familiar que no delira o del psiquiatra que no delira
y todas esas instituciones que si pudieran hablar con una sola
voz
dirían ignorante, estúpida y mezquinamente
lo que quieren oír los propietarios y sus mercenarios
los burócratas y sus amigos, etc.
Pero yo deliro, ténganlo en cuenta
y no de una forma agasajadora:
yo no les construiré una estatua aunque sea con palabras
a estos insensibles amos del mundo
o a esos otros hombrecillos insensibles del mundo
que se atreven a decir que me han tratado bien
e incluso que me han curado.
No señor hipócrita, puede que no le aguarde una bala en el
cráneo
uno de estos días… no quiero acabar mis días en una prisión
pero me doy por satisfecho aseverándole a usted
señor genérico insensible que si la legalidad me lo permitiera
sería yo el encargado de disparar esa bala
porque dudo que nadie le echara de menos de corazón.
Así que no tiente a la suerte, deje a un lado sus lobotomías
de perfecta normalidad o excepcionalidad psiquiátrica
acompañada de perfecta normalidad o excepcional cirugía
dejen de realizar electro-shocks pequeños profesionales de la
pseudo-ciencia
dejen sus artimañas, sus juegos peligrosos contra la bondad y
dignidad humanas
y échense a un lado: ya vendrá alguien a recoger la basura.
Porque ustedes que recogieron el testigo de la Inquisición
no pueden pretender un reconocimiento de ciencia
no pueden pretender que porque de los millones que ustedes
secuestraron
cuatro gatos se sientan agradecidos por sus servicios.
¿Quieren hacer realmente un servicio eficiente?
Váyanse a sus casas antes que a nosotros nos dé por hacer leyes
duras contra ustedes.
(así
en mi delirio hablé)
Una peli de miedo…
Por Dulcinea
Tomás Cámara
Si algo nos demuestra el cine de terror, es que no se puede callar a los
muertos. Los muertos salen finalmente a la luz, y escribirlos es en algunos
casos la única forma de exhumarlos. A veces no se gasta calderilla ni en
metáfora, y aquellos que fueron humanos se levantan, literalmente de su lecho,
en cualquier cementerio de cartón y pantano de plástico.
A lo mejor por eso nos gustan, todavía, las historias de fantasmas, la
taquilla repleta de personas nerviosas: los que creen, y luego no pueden
dormir, y los que se sonríen, apaciguados en el racionalismo de que el mundo de
los vivos es incomparablemente atroz frente a cualquier aparición a medianoche.
Todavía no he visto ninguna película, ninguna historia de miedo, que no
explique la motivación detrás de una presencia que asusta. En el fondo, hasta
los fantasmas más crueles tienen un pasado trágico, algo por resolver, un acto
que explicar, que vengar, que dibujar con tiza o con sangre en inglés. Y luego
la paz, el irse. O a veces quedarse pero habiendo desvelado la tristeza detrás
de su ira, meciendo hamacas en jardines sin tormenta o esperando pacientes a la
próxima familia de incautos que caiga en la trampa eterna de la mansión barata,
de la muñeca abandonada y de vestido lujoso, del amigo invisible que sólo ven
los niños, de la mujer falsamente acusada de brujería, de la caja de música que
suena sola, del útero usurpado. En la
violencia de otros sobre alguien que en otra vida fue vulnerable o distinto.
A lo mejor me equivoco pero siempre sospecho que el cine de terror tiene
algo de fábula: nadie se va sin explicar el resentimiento que perdura en un
baldío, en una casa, en un objeto. Como si el placer de darnos miedo exigiera
el deber de explicarnos las maldades de lo que se aparece detrás del espejo o
debajo de la cama. Que en el fondo hay más bondad en una película de miedo que
en la realidad, cuando ésta nos cuenta de otros monstruos y nos quedamos
perplejos porque nadie nos razona su pasado y sus consecuencias más feroces. O
porque a veces la explicación es tan mundana (obediencia debida, indiferencia, omisión,
odio) que da más miedo. Porque no hay nada más terrorífico que el terror arbitrario,
que el infierno por capricho. Porque estos monstruos, los que filman los documentales
o nos cuenta la vida, existen con tanta impunidad que prefiero un millón de
veces a esas brujas que en vida fueron parteras o paganas, a los niños malditos
sometidos a tutores malignos, a los vampiros convertidos por la fuerza, a los
zombies que ya sólo se alimentan de algo que florece o late. Hay una inocencia
salvaje en ese cine de clase dudosa que es maravilloso, como consciente del horror
pero humilde en detenerse a mostrarnos por qué esas criaturas se volvieron
contra el mundo. Y los espectadores, seguimos esperando esa historia terrible
para entender. Me gusta que sólo tengamos empatía con los monstruos de ficción.
Pero no me gusta que le pidamos menos flashbacks
a la Realidad, aunque jamás lleguemos a entenderla. Aunque sólo sea por el
hecho de que la masacre no pase desapercibida, que dé aún más miedo, que nos
haga saltar sobrecogidos y fabrique pesadillas, y nos robe el sueño, y así a lo
mejor nos mueva a emprender exorcismos diferentes o efectivos.
Y resulta que todavía no he escuchado ninguna historia de terror gratuita, que no explique las razones detrás del espanto o del ensañamiento de alguien o de algo que ya no debería estar entre nosotros. Eso me da una esperanza aberrante: porque en el cine nadie vuelve si se ha ido en paz. La indiferencia es el único desenlace para aquello que ya no duele o que ya no importa, que ha sido resuelto. Si algo valioso –acaso lo único– nos enseñan las películas de terror más olvidables, es que el Mal vuelve cuando se ha sufrido y nadie paga, cuando un abuso se queda sin justicia, cuando el crimen se entierra y desaparece. Pero la ficción es más amable en este sentido, y la Realidad, más escurridiza.
Y resulta que todavía no he escuchado ninguna historia de terror gratuita, que no explique las razones detrás del espanto o del ensañamiento de alguien o de algo que ya no debería estar entre nosotros. Eso me da una esperanza aberrante: porque en el cine nadie vuelve si se ha ido en paz. La indiferencia es el único desenlace para aquello que ya no duele o que ya no importa, que ha sido resuelto. Si algo valioso –acaso lo único– nos enseñan las películas de terror más olvidables, es que el Mal vuelve cuando se ha sufrido y nadie paga, cuando un abuso se queda sin justicia, cuando el crimen se entierra y desaparece. Pero la ficción es más amable en este sentido, y la Realidad, más escurridiza.
Después de una de miedo no puedo más que dormir con la luz encendida.
Porque no tengo duda de que a veces lo que nos acecha, está entre nosotros y
duerme tranquilo. A veces deseo con una convicción frustrada, que mi luz les
desvele a todos ellos, y de paso me guarde de cerrar los ojos e imaginármelos
tranquilos, pudiendo descansar todas las noches que les torturaron a otros.
Después de una de miedo pienso que ojalá alguna vez alguien filmara una
historia en que los monstruos de la ficción les asustaran la noche o la
conciencia a los de la realidad. Y ningún director tuviera que explicar nada. Porque
todos sabríamos porqué.
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