Por Alfonso Rodríguez Sapiña
De entrada, me gustaría que no tuvieran inconveniente con el vocabulario empleado. Y para seguir, que me permitieran acotar la cuestión a partir de la Comuna parisiense y no tanto desde la conquista del sufragio universal. Por dos motivos: primero, la transformación llevada a cabo por los obreros de París es un antecedente claro de la Revolución de Octubre, y segundo, se trata de que estos dos “momentos” –aunque en Rusia va más allá de unos meses…- significan para una mayoría cambios sustanciales, mientras que los países que alcanzaron el sufragio universal (femenino incluido) dieron pie a cambios sobretodo formales y de imagen allí donde tuvo continuidad –con el “turnismo” de partidos burgueses de distinto signo: liberales, fascistas, socialdemócratas-.
Como comprenderán y pese a pretender objetividad, no
voy a hacer de una democracia surgida de las urnas la panacea, si en la
práctica no cambia el modo de producción, ni logra el control-apropiamiento por
parte de los trabajadores de los medios de producción. Es la acción organizada
de estos la que procura la libertad de reunión, de prensa, etc. no la veleidad
de un gobierno burgués por muy radical que sea. Diremos que a grandes rasgos es
así. Cosa distinta es el caso de un gobierno coyunturalmente interclasista
–sectores de la burguesía, socialistas, comunistas o incluso
anarcosindicalistas- para frenar al fascismo, como así se hizo con los Frentes
Populares-.
Acerca de “vías intermedias”, en momentos en que el
fascismo sin disfraz NO puede acceder al gobierno de un país, como es el caso
de los llamados Estados del Bienestar, donde se procura crear el
espejismo de la “sociedad”, en el contexto de la Guerra Fría, consistente en la
defensa de los valores de la “cooperación”, la “paz social” e, incluso, la
“solidaridad”; sustentados en ciertas realidades sociales progresistas se
intenta acallar las luchas obreras y populares, las mismas que han hecho
posibles esas medidas; las oligarquías se pueden permitir una socialdemocracia
en el gobierno siempre y cuando no ataquen al núcleo duro del Capital: la
plusvalía, la explotación y la vigencia de la ley de tasa de ganancia. Así la
lucha de clases queda “entramada” en esos países en un peligroso equilibrio que
la oligarquía podrá aprovechar para domesticar a sus respectivos Partidos
Comunistas y sindicatos combativos. Desde un punto de vista de la Psicología
Social se puede resumir en un “ya hemos conseguido bastante, ¿para qué hemos de
arriesgarnos por el socialismo?”.
O, por otra parte, ahora no hablando tanto de Estado y
sí de una estrategia a mi modo de ver errónea o confusa, me refiero, a las
“vías pacíficas al socialismo”; donde no se dejaba muy claro si una mayoría
parlamentaria legitimaría la transformación social buscada y esa “legitimación”
de por sí convencería tanto al capitalista como a sus múltiples aliados
nacionales e internacionales; o si esa vía pacífica partía del claro
convencimiento de la “protección armada” de la revolución. En todo caso no se
trata de defender la violencia porque sí. Salvando algunos odios irracionales,
la violencia revolucionaria, bien planteada, es una cuestión coyuntural y no
estructural en la estrategia leninista. Nada justifica la sistematicidad de
ésta como ocurre en el capitalismo de corte tanto liberal como fascista. Por
eso es que en este punto me desmarco de la etapa estaliniana en la URRS. La
violencia para el revolucionario es sobretodo anticipo y defensa frente al
“enemigo de clase”.
Dejando claro ya que “el” Estado y las diferentes
“formas democráticas” no son independientes de las clases sociales en conflicto
que configuran el mundo que vivimos hoy; aunque haya etapas de transición,
avances y retrocesos; aunque una democracia pueda ser al mismo tiempo
dictatorial; aunque no todos los Estados estén totalmente centralizados e
incluso haya vías relativamente fáciles a la autodeterminación de (algunos) los
pueblos. Lo que es común a todo Estado es asegurar la propiedad a su clase
dominante y, en consecuencia, su usufructo. Y, si se piensa, es muy triste que
lo común de una democracia a otra, simplemente sea que, quien tiene derecho a
voto, pueda efectivamente votar, las “garantías democráticas” en la práctica
totalidad del mundo, si se toma la acepción-democracia como poder del pueblo
para autogobernarse, son mínimas, y sostener la igualdad y garantías de
gobierno de los partidos-proyectos en la “contienda de las urnas”, parece una
utopía tan descabellada a todo aquel que se asome un poco al asunto que, o bien
adoptará una visión nihilista o bien una insurreccional… sin embargo, el “común
de los mortales” prefiere confiar en el poder de la convicción y en que en un
futuro, la mayoría de votantes optarán por su misma papeleta. Por suerte
algunas de estas personas todavía se movilizan y algunas incluso sostienen que
las urnas son un medio más. Se trata aquí de la disparidad de opiniones en
torno a la democracia –que los revolucionarios suelen adjetivar como
“burguesa”, mientras los reformistas se limitan a destacar las “deficiencias”,
defendiendo una “regeneración” o una “profundización”, olvidando que, en
nuestro país, la primera y última vez que el pueblo tuvo amplia capacidad de
decisión fue con las colectivizaciones del 36-37: tanto PSOE como PCE las
apoyaron en su día-, tanto es así que desde una supuesta izquierda se puede
criticar una democracia obrera y popular como la cubana, mientras que en
nuestras fronteras, pocos recuerdan que el eurocomunismo pactó la monarquía y,
con o sin Carrillo, dicho proyecto reformista continuó vigente para justificar alianzas
con la socialdemocracia, lo que contribuyó a formar una falsa imagen de lo que
significaba un proyecto comunista y revolucionario, además de centrar la
actividad de muchos militantes en las instituciones, dejando de lado la lucha
en la calle, y también olvidando o dejando en manos únicamente de los
intelectuales el análisis político; al tiempo que la Unión Soviética
desaparecía, los partidos que todavía defendían el marxismo-leninismo
desaparecen o se repliegan, esperando prácticamente hasta hoy una nueva fase de
acumulación de fuerzas.
Para aquellos que les horrorice toda esta exposición,
hemos de incidir más profundo aún: ¿desde cuándo el Estado ha sido una cosa de
todos? Por definición, si se comparten las tesis básicas del materialismo
histórico o se es de una izquierda anti-sistémica, si el Estado “fuéramos
todos”, no haría falta tal: estaríamos construyendo el comunismo: formas
totalmente nuevas, pacíficas y sin clases sociales para gobernarnos. Pero si la
exigencia es que el Estado sirva al “interés común”, que éste exija a quienes
sirve o, incluso, a quienes están directamente implicados en sus funciones,
medidas punitivas, digamos, por ejemplo, contra la desigualdad en la
distribución de bienes de consumo, o la desigualdad de oportunidades laborales,
educativas, etc. o de derechos básicos; entonces estamos soñando
peligrosamente, en lo que a intervención sociopolítica se refiere. No se trata
de sostener un dogma tal que el Estado deba ser manejado única y exclusivamente
por los que antes eran explotados, pero sí de pedir cuentas a los explotadores:
neutralizarles política y económicamente hablando –algo que se pude hacer de
una tajada-, mientras que la labor cultural e ideológica requerirá más tiempo.
Si de lo que se trata es de defender “lo público”,
para ello no hace falta compaginarlo con la defensa de “lo privado”. Juego
éste, o estrategia, muy contradictoria en tanto el devenir de una economía
capitalista tiende a eliminar el derecho a lo público mientras que mantiene lo
privado o, incluso, favorece la concertación. Consideramos aquí que, pese a que
la educación, la sanidad y, a veces también el transporte y otros servicios
están financiados por el Estado, no entran en nuestra definición de tal en
tanto que, como servicios no funcionan para defender la propiedad de las clases
dominantes. Debemos apuntar, sin embargo, que el sistema educativo funciona no
sólo para otorgar un conjunto de saberes generales, sino también para la
especialización técnica –que tiene un componente clasista indudable, en tanto
tiende a favorecer los mejores puestos en la cadena de producción a los hijos
de los pudientes- y como “reproductor” de la ideología dominante y sus valores
–competencia, fetichismo materialista, etc.-, sobre todo en lo tocante a las
Humanidades: ocultando determinados hechos, exagerando o infravalorando otros,
igualmente con determinadas teorías que, bien entendidas harían tambalearse el
sistema de opresión y explotación; también disociando unas materias de otras y
adentro de las mismas –negando “lo integral”-; fomentando el
acriticismo-pasotismo… Haría falta solamente aclarar que, pese a que en tanto
servicios públicos no sirven para defender “directamente” dicha propiedad, la
de los medios de producción, el pensamiento condescendiente con el Statu Quo
puede llegar a afirmar que “el disfrute” de dichos servicios es resultado de la
defensa que un Estado realiza de los mismos, un Estado que por otra parte
procura la explotación laboral, el machismo y todo tipo de brutalidades. Este
pensamiento condescendiente partiría de la base falsa que el Estado en cuestión
“ha logrado” ese bienestar, cuando tan sólo lo “ha permitido”, lo “ha
legalizado”, y ha puesto en manos de expertos su administración y ejecución.
Este pensamiento condescendiente también habla de “matizar”, mientras deja en
manos de la tecnocracia la responsabilidad de enriquecer o empobrecer los
servicios públicos. Esta tecnocracia política, surgida de unas elecciones
periódicas se encargará de hacer suya la defensa de lo público, promueva o no
promueva su desmantelamiento, falseando la Historia, intentando crear la
sensación de que el pueblo no es/era sujeto de ningún cambio social importante,
sino sus representantes en dichas elecciones periódicas, y que por lo tanto hay
que delegar en lo que ahora se llama “casta política”.
Vayamos por partes: a mi modo de ver, el Estado lo
configurarían tres aparatos “movibles, constantes, imprescindibles” y sólo
reducibles a uno sólo en determinadas coyunturas históricas: aquellas en que
las clases hegemónicas no pueden esconderse más ante el pueblo y actúan como
uno sólo para evitar una situación revolucionaria y la revolución misma. Se
trata del Aparato administrativo-gestor, el Aparato represivo-jurídico y el
Aparato propagandístico-ideológico.
El Aparato administrativo-gestor lo conformarían en
nuestro país no sólo A) el gobierno saliente de las elecciones, sino B) el
Congreso y el Senado –el segundo con poco margen para actuar, que ya es decir
en el marco burgués de toma de decisiones-; C) la Monarquía, cuyo espacio de
actuación queda establecido en la Constitución del 78 y no se limita a la
diplomacia o a garantizar una rancia imagen de vasallaje, sino que le da
poderes militares dignos del franquismo (no obstante “todo queda atado y bien
atado”): D) la Patronal y unos Sindicatos primero debilitados y después
vendidos que, mediante el Pacto Social garantizan nuevas (contra)reformas
laborales para que puedan explotar “más y mejor”
Nunca hay calle sin salida para la burguesía si no es
ante un pueblo consciente y organizado: A2) Si uno de sus gobiernos (p.e. PSOE) se vuelve
impopular o pierde expectativa de voto, orquestan una campaña en los medios de
información o financian directamente al otro partido (p.e. PP). Y si hay
sorpresa y no sale como quieren, no importa mucho: en la próxima reunión
debatirán puntos en común y se darán un abrazo. Pese a que no ha sido posible
un bipartidismo continuado, esto sin embargo no ha impedido hasta ahora un mal
gobierno (PSOE-IU): de no ser así no habría hambre, paro, desnutrición
infantil, etc. Ni tampoco corrupción allí donde ha gobernado “la izquierda”.
Esto no quiere decir que, como en Venezuela, unas elecciones de este tipo
favorezcan el socialismo en un futuro. B2) Si el parlamentarismo entrara en
crisis sería algo muy distinto: bien para acercarse al fascismo u otra forma
dictatorial, bien porque quedarían superadas dichas instituciones por otras de
carácter representativo-delegativo (pos)revolucionarias. Con todo, la actuación
de un partido de la clase obrera en tales instituciones queda justificado si se
le da un uso de “portavocía”: para transmitir el mensaje subversivo desde el
mismo lugar de legitimación de la oligarquía. Algo paradójico sin duda, pero
que abre camino. Por otro lado, qué duda cabe, el poder obrero y popular se
creará en los centros de trabajo y en los barrios o nunca saldrá victorioso.
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