El rey de los Ogoni[1]
Nadie sabe exactamente qué se siente en el cadalso: si el mártir se aferra a sus ideas como al cuello de un caballo desbocado, si el miedo se hace valiente o enorme como una madreselva, si por un segundo que no es traición, se reniega de la causa y se piensa en la tibieza intrascendente de una aldea, de morirse acariciando nietos y animales invisibles.
Nadie sabe si antes de matar, el verdugo se mira las manos.
Pero dicen que el día que ahorcaron a Ken Saro-Wiwa, al mundo se le llenaron los pulmones de agua de azahar. Y aunque él debería haberse quedado sin aire, a partir de ese día la nuca de un bosque sin llagas le custodia el calor de la soga.
(Y todos respiramos ahogados como huérfanos, esperando una segunda venida. Arrojándole guijarros y deseos al cielo de una rayuela nigeriana).
Nadie sabe si antes de matar, el verdugo se mira las manos.
Pero dicen que el día que ahorcaron a Ken Saro-Wiwa, al mundo se le llenaron los pulmones de agua de azahar. Y aunque él debería haberse quedado sin aire, a partir de ese día la nuca de un bosque sin llagas le custodia el calor de la soga.
(Y todos respiramos ahogados como huérfanos, esperando una segunda venida. Arrojándole guijarros y deseos al cielo de una rayuela nigeriana).
[1] Prestigioso
escritor, y activista ecológico ogoni (Nigeria), ahorcado el 10 de noviembre
de 1995 por el régimen militar de Sani Abacha. Así, este custodio de la
Palabra insumisa, reflexionaba desde prisión:
«Los
hombres que ordenan y supervisan este espectáculo de la vergüenza, esta farsa
trágica están asustados por la Palabra, el poder de las ideas, el poder de la
pluma; por las exigencias de la justicia social y los derechos del hombre. Ni
siquiera tienen un sentido de la Historia. Están tan asustados por el poder de
la Palabra que no leen. Y éste es su funeral» (2002: 121).
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