La Ilustración y las apuestas

Por Miguel Ángel Viso Camenforte


Mes de septiembre, jueves tarde. El escenario son las paredes de un aula cualquiera de bachillerato en un instituto cualquiera. Los protagonistas una veintena de jóvenes mayores de edad. La clase de Historia del Mundo Contemporáneo está a punto de comenzar. Hoy toca la Ilustración. En sesiones anteriores ya se ha dejado herido de muerte al Antiguo Régimen y sus monarquías absolutas. La Razón está preparada para iluminarlo todo.

El profesor cita a Kant, habla del optimismo en el progreso y la felicidad, del librepensamiento desencadenado de la religión y la necesidad de ser crítico con el mundo que nos rodea. Cita de manera resumida las principales ideas de Montesquieu, Voltaire y Rousseau. En el aula flota como una espesa niebla las frases que más repite: “separación de poderes... la religión no puede gobernar la sociedad… la soberanía está en la voluntad general…”. Voluntariamente no ha hablado todavía de la importancia que los ilustrados otorgaban a la educación, porque ahora que los alumnos conocen las premisas de este movimiento cultural, les pasa la pelota. ¿Cómo se podrían alcanzar los cambios que proponen estos pensadores? No tardan en acertar: “¡Con la educación!”. Correcto, y ¿cómo debería ser esa educación?  “Un derecho para todos”, apuntan por la primera fila; “sin discriminaciones”, sentencian por el final; “laica”, afirman por el lado de la ventana.

El profesor esboza una sonrisa, satisfecho de ver como la Razón vuelve a iluminar 250 años después. Sin embargo, su gesto va cambiando conforme el alumnado muestra las cartas de sus intereses. “Se debería legalizar la marihuana, yo voto por el partido que lo defiende”. Bien, contesta el profesor, sería una medida inteligente para acabar con el tráfico, además en los países donde está legalizada el consumo es menor. “Claro”, dice otro joven, “así el Estado se llevaría un buen dinero en impuestos como con la bebida y el tabaco”. Cierto, la doble moral otra vez, ¿verdad? Pregunta el profesor. Por un lado anuncio estos productos como algo malo, pero por otro ingreso dinero con su venta. Y llega el caos. “Lo mejor son las casas de apuestas. Yo y mis amigos vamos todos los sábados, solemos apostar cincuenta euros y a veces ganamos mucho más. Con ese dinero compramos las bebidas para salir de fiesta”. Y comienza el coloquio sobre la casa de apuestas tal, el salón de juegos cual. Resulta que casi la mitad de la clase va habitualmente a estos lugares y todos conocen a gente que apuesta con regularidad.

Pronto, muy pronto se descubre el pastel: los medios de comunicación. Televisión, radio y para ellos sobre todo internet, se convierten en altavoces para nuevos apostantes. Betfair, William Hill o Bwin hacen el agosto mezclando deporte y juventud. Otros apuestan en casinos con los juegos clásicos como la ruleta y cuentan en clase los trucos de probabilidad para ganar. El profesor se siente aturdido. No sabe cómo la clase ha llegado a ese punto. Él quería hablar de la cultura del esfuerzo en igualdad de oportunidades, de la dignidad humana centrada en construir una sociedad más igualitaria y gobernada por la justicia social. Sin tiempo de reacción suena la música que anuncia el cambio de aula. Camina hacia la puerta mientras la clase continúa hablando del salón de juegos tal con la apuesta múltiple de cual, la misma en la que hace unos segundos Rousseau ha perdido en la ruleta rusa.


¿Qué tipo de sociedad queremos? Empiezan las apuestas, ¡hagan juego, señores!

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