Cuento asombroso en 10 actos (basado en hechos reales)

Por Berta Echániz Martínez 


  1. Érase una vez una niña que jugaba a ser extraterrestre. De vez en cuando, para no perder la capacidad de sorpresa que tres hadas le habían concedido al nacer, imaginaba que no pertenecía a este mundo y observaba a su alrededor como si estrenara ojos. Cogía algún objeto cotidiano, de esos con los que tropezaba diariamente y lo escudriñaba intentando averiguar qué cosas podía revelarle acerca de la superficie terrestre sobre la que había caído.   

  1. Esa pegajosa mañana se dio cuenta que ya había jugado a dejarse encantar por todos los cachivaches que ocupaban su habitación. Así que, curiosa, pasó al salón donde lo primero que vio fueron una hojas de papel que alguien había dejado arrumbadas tras un cojín. Era el periódico que cada semana leían las gentes de su pueblo y pensó que nada mejor que aquel artefacto para averiguar las esencias de los terrícolas locales. 

  1. Sus manos desplegaron el semanario azarosamente por una de sus páginas centrales, descubriendo las fotos de las que parecían ser algo así como las abanderadas aborígenes. Se las veía contentas, todas esas mujeres jóvenes sonreían y todas ellas vestían unos trajes que almidonaban sus cuerpos, convirtiéndolas en vistosas peonzas de colores. También sus peinados eran iguales: una raya medianera dividía el cabello en dos mitades exactas que atirantaban un moño trasero aderezado con guirnaldas de flores.

  1. Pero en seguida su atención olvidó esas imágenes tan idénticas y reparó en la pequeña reseña que las acompañaba. Junto a sus nombres, alguien había escrito sus edades, sus aficiones, su implicación en lo que la niña marciana presumió sería un jolgorio lúdico-festivo ancestral y, por último, una sucesión de adjetivos que pretendían ser una primera aproximación a las cualidades más relevantes de aquellas mujeres.


  1. En un primer momento pensó que aquel porcentaje de féminas del ignoto pueblo en el que había ido a parar aquel día, eran clones fabricados en serie. No podía ser… casi todas ellas eran… “abiertas y extrovertidas”, daba igual la edad que tuvieran. Pero ¿qué quería decir eso exactamente? Porque algunas, incluso, eran “muy abiertas”, ¿estarían hablando de sus aletas nasales? Claro, que cuando hueles a mierda, se abren (y mucho). Y ¿qué era eso de “extrovertida”?  Echó mano del diccionario que siempre le acompañaba en esos juegos y… “Extraversión: condición de la persona que se distingue por su inclinación hacia el mundo exterior, por la facilidad para las relaciones sociales y por su carácter abierto” Oh nooo, de nuevo esa palabreja: “abierto”. Pero, ¿abierto hacia dónde?, ¿abierto a qué? Ya está –pensó- seguramente estarían a puntico de abrir una tienda de chuches, lo que explicaría que muchas de ellas fueran “dulces”. La niña no entendía nada.

  1. Entonces barajó otra idea. Como muchas de ellas eran “divertidas”, otras tantas “cariñosas” y otras más…

  1. Basta, no aguanto más… ¡A la mierda!  La niña alienígena soy yo. El semanario local es El Raspeig  nº670, del 16 de julio pasado y las citas que recojo pertenecen al especial “Hogueras y Barracas San Vicente 2015”. Sin ánimo de entrar a valorar el engranaje patriarcal de la fiesta y lo que supone en el siglo XXI un concurso femenino de estas características. No porque carezca de opinión o tenga déficit de compromiso social, es una cuestión de espacio físico (si queréis saber qué opino, preguntádmelo) Sólo intentaba usar la ficción para contagiaros mi cara de pasmo, pero -como tantas otras veces- la realidad me ha superado. Por eso ahora os contaré qué me rechinó cuando esa pegajosa mañana leí aquellas páginas:

  1. No me gustó que quien escribiera esta crónica festera empleara un casposo manual de arquetipos para sustentar la retahíla de estereotipos de género que se vierten en ella. Basta de perpetuar modelos de comportamiento androcéntricos de uno u otro sexo, sobre lo que debemos hacer y lo que no, sobre cómo debemos ser y cómo no. En el artículo hay 51 descripciones de mujeres, de edades comprendidas entre los 29 y los 7 años y los adjetivos más usados para trazar sus vagos perfiles son “abierta, extrovertida, cariñosa, tímida, sociable, conversadora…” No y no. No me puedo creer que, entre todas ellas, no hubiera alguna que fuera ambiciosa, dominante, callada, arrogante o irónica.

  1.  Es más, si el problema era el número de caracteres a la hora de la impresión, si lo que se pretendía era salir del paso con tres palabrejas empalagosas y trilladas de cada una de ellas… Por qué no preguntarles por su libro favorito. Porque construcciones culturales añejas de “lo femenino” como estas, se convierten en el revulsivo ideal para cuestionar ciertas verdades que aparecen como tópicas en el imaginario colectivo. Para ello, es necesario apropiarse de la realidad, aunar los esfuerzos por nombrarla, para así poder recuperar y elaborar nuestro propio discurso, sin dejar que otros lo hagan por nosotras.   


10.     Por todo ello, juguemos de vez en cuando a convertirnos en extraterrestres, a desaprender los guiones de un pensamiento pretendidamente dominante, a mostrar nuestra mirada airada ante esa proyectada cotidianeidad femenina, a enseñar nuestros colmillos, a gritar nuestras blasfemias… Porque es un viaje que está ligado a la transformación social que vivimos: capitaneémoslo, compañeras!! 

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