¿Ciencia o Religión?


Por Miguel Ángel Viso Camenforte 

El ministro Wert ha permanecido un tiempo alejado de los medios de comunicación. Sus anteriores apariciones, siempre polémicas, lo situaron en el ojo del huracán de la opinión pública y ha permanecido toda la legislatura como el Ministro peor valorado. Después del españolizar a los niños catalanes, acusar a las familias sin recursos de no querer ahorrar en otros asuntos para pagar el encarecimiento de las matrículas universitarias, la innovadora socialización de niños en clases masificadas o el clasista decreto 3 + 2, el Ministerio de (des)Educación ha sacado un nuevo as que tenía escondido en la manga antes de las próximas elecciones generales: el currículum de la enseñanza de Religión Católica de Bachillerato.

El BOE del pasado 24 de febrero nos sorprendía con “El sentido religioso del hombre” y los siguientes criterios de evaluación cuanto menos difíciles de asumir a la ligera: 1) Identificar en la propia vida el deseo de ser feliz. 2) Reconocer la incapacidad de la persona para alcanzar por sí mismo la felicidad. 3) Apreciar la bondad de Dios Padre que ha creado al hombre con este deseo de felicidad. 4) Entender el Paraíso como expresión de la amistad de Dios con la humanidad.

Si los ojos no se le han caído al lector, podrá coincidir con las conclusiones que voy a narrar o debatir abiertamente conmigo si no comparte mi pensamiento. Pero considero evidente el atraso educativo que este currículo representa para la educación pública (aquella que pretende ser laica, gratuita y de calidad). El proceso secularizador en los países que fueron construyendo la democracia entre los siglos XIX y XX tuvo muchas trabas en la España contemporánea. Nuestra historia, manejada por una oligarquía en la que la Iglesia era una de sus patas sustentadoras, fue víctima de gobiernos absolutistas, conservadores y dictatoriales que borraron los intentos de modernizar y democratizar nuestro país, especialmente tras el primer bienio de la Segunda República (de abril 1931 a noviembre de 1933) y el triunfo electoral del Frente Popular (entre febrero y julio de 1936). La separación Iglesia-Estado tampoco ha sido una realidad en la democracia actual española porque ni la Constitución de 1978, ni mucho menos los gobiernos del PSOE, se atrevieron a llevar a cabo la secularización ni la supresión de concordatos.

Sorprende que la religión establezca el deseo de ser feliz cuando, en este caso el catolicismo, se ha empeñado en asegurarnos que la vida es un valle de lágrimas y lo importante es una suerte de más allá en el que, después de pasar un juicio, se te abren las puertas del Cielo. Además, debe ser difícil hallar la felicidad si eres mujer creyente y el hecho de ser mujer te excluye de tu propia religión, si pretendes ocupar un cargo en la jerarquía. O ser feliz si tienes fe pero tus sentimientos te delatan como homosexual, convirtiéndote en una pobre oveja descarriada apartada del redil. Tal vez se trate de una felicidad propia de la parte del pueblo español que prefiere el absolutismo de Fernando VII a la llegada de la Razón y se vanagloria en el grito de “Vivan las caenas”.

Si uno mismo es incapaz de lograr la felicidad, ¿qué tipo de hombre construirá el futuro? ¿No será un hombre incompleto, falto de confianza y esfuerzo? Educativamente hablando, considero inaceptable semejante afirmación. Pensaba que desde Kant el hombre había alcanzado la mayoría de edad y era dueño de su destino, capaz de acordar con el resto de hombres las leyes capaces de fabricar una sociedad completa, justa, igualitaria y razonada. Pero resulta que no, que las riendas del destino del hombre las maneja un ser superior y solo nos queda esperar que sea bondadoso para que aceptando su necesidad no pasemos hambre. Adiós teoría de la evolución, adiós teoría heliocéntrica y adiós a todos los avances de la ciencia. Ya podemos ponernos en modo piloto automático y rezar.

Dios Padre, en su infinita bondad, nos ha creado para ser felices si le reconocemos su capacidad de darnos felicidad. Vaya, de ser así, el Jefe es un poco presumido e interesado. La bondad está en ayudar sin esperar nada a cambio, de lo contrario se quiere establecer una relación de desigualdad, aceptando que uno de los actores es también guionista y productor de la obra. Más que bondad yo hablaría de poder. Poder para hacer el bien, dirán unos. Pero claro, no es un bien generalizado, es un bien exclusivo, organizado y dirigido. Resumiendo, es como el niño que aportaba el balón de reglamento en el partido y si le hacías un regate te señalaba y te dejaba fuera del encuentro. Si quieres la felicidad de todos los amigos pones el balón sin contraprestaciones.

El Paraíso es la expresión de amistad de Dios con la humanidad. Esto es un chantaje, claramente. Si crees en mí y me obedeces en todo te llevaré al Paraíso. Eso también lo hacía mi padre, el parque de atracciones le servía como chantaje para modelar mi comportamiento. Refuerzo positivo lo llaman los psicólogos. Pero claro, todo esto no es adoctrinar como sí lo era Educación para la Ciudadanía. Ni es pretencioso que la asignatura de religión sea evaluable y cuente para la nota media final al tiempo que la alternativa a la religión está vacía de contenido y valor académico. ¿Qué será lo próximo? ¿Metodología de la Inquisición como asignatura troncal?

No pretendo desprestigiar la religión, es una opción íntima de cada conciencia. Por eso, la educación religiosa no debe estar en la escuela pública ni la Iglesia recibir dinero de los presupuestos públicos para su mantenimiento. Los fieles de cualquier culto deberían mantener su elección de fe, no el resto. Este es un tema anquilosado en España, un lastre que se arrastra desde siglos. Si de verdad aspiramos a ser un país democrático y moderno, necesitamos una escuela en la que impere la razón, los conocimientos científicos y los conocimientos humanísticos para alimentar una sociedad que defienda principios y valores éticos de solidaridad y desarrollo comunitario. Una sociedad culta y crítica demandaría leyes encaminadas a la defensa del bienestar y la transparencia. Por el contrario, una sociedad en la que sus cerebros más brillantes emigran y las desigualdades se amplían, nos llevan a la nueva Inquisición con la Ley Mordaza y a aceptar que el hombre por sí mismo no puede ser feliz. Resignaros hermanos, resignaros.


¡Ay, pobre Galileo!





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