Así en mi delirio hablé


Por Alfonso Rodríguez Sapiña

Me dijo el familiar obsesivo: tú deliras
me dijo el psiquiatra sádico: tú deliras
y era verdad, en mi delirio además el familiar era obsesivo y el psiquiatra era sádico.
En mi delirio era normal delirar y anormal obsesionarse o ser cruel.
En mi delirio era normal aspirar a la amistad y el amor en mitad de tanta lucha de clases.
Los trabajadores necios de la política te rebajan a ciudadano de segunda.
Los trabajadores necios del periodismo te rebajan a loco peligroso o asesino.
Claro, yo deliro en un mundo que me exige algo que no puedo dar:
la cordura del necio, la productividad del trabajador sumiso, el “sí, su majestad”
a las estructuras sociales que me precedieron y yo no pude elegir.

Me dijeron que tenía que aceptar mi enfermedad.
Yo estaba enfermo porque no podía controlar pensamientos perjudiciales.
Yo pensaba que pensamientos perjudiciales eran los que te hacían sufrir.
Me equivocaba: también aquellos con los que disfrutas, pero son extraños.
Y son extraños bajo el supuesto de que te alejan de la realidad.
Bajo estos parámetros se podía decir que había pasado mucho tiempo enfermo
pero bajo estos parámetros se podía decir también que había pasado mucho tiempo sano.
Bajo estos parámetros se podría decir que tú, yo, aquel, somos susceptibles
de ser unos enfermos, solo que unos lo podrán ser oficialmente, otros lo ocultarán
y finalmente habrá personas con tanta suerte como para ser felices y adecuar su pensamiento a la realidad, al mismo tiempo.

¿Tomarse tanta molestia para que, con una firmita, te digan “estás sano”?
No.
Si la salud es una felicidad hecha al uso del psiquiatra no cuente con mis saltos de alegría.
Si adecuar el pensamiento a la realidad me va a impedir la crítica y la lucha por un mundo justo, no cuente con mi elogio, ni tampoco con mi indiferencia.
Seguiré fantaseando con un mundo anormal, seguiré con mi ideología trasnochada
y seguiré con una lucha ora mayoritaria, ora minoritaria
hasta que el detritus social desaparezca y con ello todas sus mentiras:
las que nos venden por un saco de certezas cómodas
las que nos venden por aceptar una condición de máquinas sin deseos loables
y sin creatividad más allá de la “locura del genio”

Pero si eres de la clase de enfermos que no se recupera en unos meses de su sufrimiento o alejamiento de la realidad te recetarán medicamentos.
Es la norma.
Desde que la locura y la demencia eran tratados en Manicomios
y otros centros de hacinamiento han enseñado a los psiquiatras
que su función no es escuchar, no es buscar una solución en el psiquismo del paciente:
a veces basta con recetar medicación y dejar al desarrollo de “lo público” y los derechos humanos lo restante…
no puedes ser psiquiatra y no recetar medicación. Serías un psiquiatra anormal,
sino enfermo, tan estrafalario como para que se te cuestionara la profesión y tu autoridad:
se te diría “si no recetas medicamentos ¿para qué quieres atender a pacientes con enfermedad mental”?
Si empatizas con el paciente se te dirá: “¿no te estás convirtiendo peligrosamente en el amigo de quien (no) medicas?”
Siendo así, ¿no les parece justificado que veamos con desconfianza a todos estos profesionales y no meramente por un motivo de paranoia?
Pueden ser unos grandes profesionales, eso sí, que dentro de los límites marcados por la tradición, lo hagan bien a ojos de personas que a su vez asumen esa tradición. Así: anulados aquellos que pueden cuestionar esa tradición, van reproduciendo, recreando todo ese mundo
siniestro que llamamos hipócritamente Salud Mental


Así que yo consumí tercamente aburrido y dudoso de su eficacia
los medicamentos que los farmacéuticos normales y los psiquiatras normales
consideraban más adecuados para mí -creo-.
Y como no me obsesionaba ni hacía daño a nadie, las posibilidades de diagnóstico
eran dos: masoquismo o esquizofrenia.
Pero como a mí no me gustaba recibir golpes ni en la piel ni en la dignidad
me dijeron esquizofrénico, a la par que, sometiéndome a prueba, tanteasen
la posibilidad de añadir el adjetivo “desafiante”.
Y es normal, porque quien fantasea, quien aspira a mejorar y mejorarse,
quien con sus análisis intenta penetrar críticamente en las cosas
no puede ser otra cosa que un estorbo.
¿Y entonces los obsesionados con la revolución? ¿los demoledores del sistema?
Esos sí, también están enfermos. Solo que la medicina para ellos es otra:
la porra, los gases lacrimógenos, las balas de goma, etc.

Todo normal, hasta tal punto, que no nos extraña, que no genera en nosotros
la franca y decidida repulsa. Esperando una reforma de algo que engulle
a los más decididos y francos reformistas. Y no sólo ideológicamente
sino también de una forma que acaba haciéndolos defensores –porque callan la injusticia,
porque aún deseándolo no encuentran la valentía siquiera para balbucear-
de aquello que un día les produjo dolor.

Y duele la ignorancia, la estupidez, la mezquindad
del familiar que no delira o del psiquiatra que no delira
y todas esas instituciones que si pudieran hablar con una sola voz
dirían ignorante, estúpida y mezquinamente
lo que quieren oír los propietarios y sus mercenarios
los burócratas y sus amigos, etc.

Pero yo deliro, ténganlo en cuenta
y no de una forma agasajadora:
yo no les construiré una estatua aunque sea con palabras
a estos insensibles amos del mundo
o a esos otros hombrecillos insensibles del mundo
que se atreven a decir que me han tratado bien
e incluso que me han curado.
No señor hipócrita, puede que no le aguarde una bala en el cráneo
uno de estos días… no quiero acabar mis días en una prisión
pero me doy por satisfecho aseverándole a usted
señor genérico insensible que si la legalidad me lo permitiera
sería yo el encargado de disparar esa bala
porque dudo que nadie le echara de menos de corazón.

Así que no tiente a la suerte, deje a un lado sus lobotomías
de perfecta normalidad o excepcionalidad psiquiátrica
acompañada de perfecta normalidad o excepcional cirugía
dejen de realizar electro-shocks pequeños profesionales de la pseudo-ciencia
dejen sus artimañas, sus juegos peligrosos contra la bondad y dignidad humanas
y échense a un lado: ya vendrá alguien a recoger la basura.

Porque ustedes que recogieron el testigo de la Inquisición
no pueden pretender un reconocimiento de ciencia
no pueden pretender que porque de los millones que ustedes secuestraron
cuatro gatos se sientan agradecidos por sus servicios.

¿Quieren hacer realmente un servicio eficiente?
Váyanse a sus casas antes que a nosotros nos dé por hacer leyes duras contra ustedes.

(así en mi delirio hablé)


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