Manual del buen lameculos

Por Eduardo Bueno Vergara 


Si es usted periodista, columnista o, en general, uno de esos opinadores a sueldo de un gran medio de comunicación, cada poco tiempo se encontrará con que algún ilustre personaje de la política o el mundo empresarial ha fallecido y usted es el responsable de decirle a la gente, cómo de buena era esa persona, y cómo de grande es la pérdida para todos. Y eso, por supuesto, a pesar de que, en realidad, el muerto no era precisamente un ciudadano ejemplar. Dos de los últimos que han pasado a peor vida (para ellos ha de ser peor a la fuerza) son el archibanquero Emilio Botín y el empresario Isidoro Álvarez, presidentes durante mucho tiempo del Banco Santander y El Corte Inglés, respectivamente. 

A la gente de a pie, la muerte de esos dos personajes, lo cierto es que ni nos va, ni nos viene. Para nosotros, una respetuosa esquela o un sencillo “vayan con dios”, sería más que suficiente. Pero Usted, señor periodista, columnista u opinador a sueldo, ha de conseguir que, de alguna forma, sintamos profundamente esas pérdidas. Una buena forma (y honesta) sería escribir la verdad sobre el banquero y el empresario, es decir, que les gustaba la buena vida, que llegaron a acumular cantidades obscenas de dinero, que no les importó lo más mínimo los derechos de clientes desahuciados o trabajadores sindicados. O sea, que fueron dos de los representantes de eso que se llama “casta” y, por tanto culpables directos del atraso en derechos civiles que padecemos. 

Pero claro, señor periodista, columnista u opinador a sueldo de un gran medio de comunicación; si usted hiciera eso, dejaría de ser periodista, columnista u opinador de un gran medio de comunicación y, de inmediato, pasaría a engrosar la lista del paro de este bendito país. Por ello, para que usted pueda seguir llegando a fin de mes (no como les ocurrió a Botín y Álvarez), pongo a su disposición esta pequeña guía para encubrir la verdad y, hablando en plata, lamer el culo sin tener que estrujar demasiado las neuronas. En cualquier caso, ninguna guía bienintencionada podrá sustituir a la imaginación de un zalamero agradecido.

Imaginemos que el ilustre fiambre era un declarado evasor de impuestos, usted, amigo periodista, lo que debe señalar es que “era un empresario internacional” o que “para él nunca existieron las fronteras”. El siguiente paso parece evidente: si realizaba constantes viajes a Suiza para todos sabemos qué, pues “era un hombre de mundo”, sin olvidar por supuesto el terruño –que eso le mola mucho a la gente- recordando que -por ejemplo- era un “cántabro universal”. 

Si el fallecido se caracterizaba por realizar declaraciones fuera de lugar y era, en suma, un impresentable, en realidad hay que señalar que “nunca eludió la polémica/el debate” o, si quieres ser más gráfico “nunca tuvo pelos en la legua”. Aunque la más acertada sería sin duda “no dejó indiferente a nadie”. 

Supongamos que el homenajeado había formado parte de un gobierno fascista. Eso debe ser obviado y en su lugar, decir que “con la Transición abrazó los valores democráticos”, contribuyendo con ello a divulgar esa curiosa metamorfosis made in spain de quienes se acostaron franquistas y se levantaron demócratas.

Hay muchos grandes empresarios y banqueros que están muy cerca del poder político. Tan cerca que financian determinado partido o guardan un puesto en el consejo de administración de sus empresas para ministros retirados. Queda terminantemente prohibido aludir a esas relaciones (aunque los funerales de estado se llenen de políticos del PP y PSOE). En lugar de ello hay que pasar de puntillas con un “no se interesó en la política” o “fue un hombre de consensos”. 

Algo importante: nunca olvide usted, periodista, columnista u opinador, que un empresario no tiene asalariados trabajando para él, sino que “crea puestos de trabajo”. Y si los salarios son bajos, olvídese de mencionarlo, puesto que el gran empresario lo que hace es “dotar de gran flexibilidad a su compañía”. Esto se puede completar con alguna fórmula pedante y carente de todo sentido como “entendió la realidad del siglo XXI” o “modernizó sus estrategias de mercado”. Si usted tiene pocos escrúpulos puede afirmar que “fue un visionario”, y si además de pocos escrúpulos, nació en tiempos Maricastaña, no tenga empacho en señalar que “fue un adelantado a su tiempo”. 

Olvídese de los despidos o de los ERE’s que pudieron realizar, al tiempo que los salarios de los miembros del consejo de administración eran millonarios. Por supuesto, no se le ocurra mencionar que un banco pudo ejecutar centenares de desahucios y dejar a ciudadanos en la calle y con una deuda para toda la vida. Puede sustituirlo por un socorrido “supo capear los momentos de crisis”. Las metáforas climáticas son una mina, aprovéchelas: “se sobrepuso al terremoto financiero”, “evitó el tsunami de Lehman Brothers”, “esquivó la tormenta de la deuda”… no sea tímido, cuanto más estúpida y barroca sea la frase, más puntos ganará ante sus jefes, ya que indica hasta dónde está dispuesto a rebajarse. 

Por no extendernos más, un último consejo: nunca, nunca, nunca olvidar que, por muchos yates, deportivos, aviones privados, cuentas en paraísos fiscales, pasado oscuro o amigos dictadores que un ilustre fallecido tenga, es él quien nos hace un favor a la gente normal. Procure que quede claro cuánto le debemos. 

Para concluir, vayamos con un ejercicio práctico. Si muere un gran empresario, banquero o político de renombre, vea usted la diferencia entre estas dos construcciones: 

ASÍ MAL: El Señor (ponga aquí el nombre que desee) era un evasor de impuestos, un bocazas, colaborador del fascismo y extendió sus redes entre los principales partidos políticos del país. Tuvo a un gran número de trabajadores a quienes pagó un salario de miseria. Llevó a cabo incontables despidos entre la plantilla, al tiempo que su banco desahuciaba a familias. En realidad, se lucró a costa de los demás y llevó una vida de lujo mientras muchos de sus conciudadanos rebuscaban entre la basura para llevarse algo a la boca. Tanta paz lleves como descanso dejas. 

ASÍ BIEN: El Señor (ponga aquí el mismo nombre) era un empresario internacional para el que nunca existieron las fronteras, un hombre de mundo. De marcada personalidad, nunca eludió la polémica y, con la Transición, pronto abrazó los valores democráticos, dejando a un lado cuestiones políticas Y apostando por el consenso. Creó multitud de puestos de trabajo y supo entender la realidad del siglo XXI, flexibilizando su compañía, capeando los momentos de crisis a la perfección. El pueblo español, que tanto le debe, lamenta la pérdida irreparable de este visionario. 

¡Ah, y no lo olvide! ¡El objetivo de los dueños de multinacionales no es ganar dinero, es hacer de este mundo un lugar mejor! Y si alguien le replica “mejor sí, pero para ellos”, no dude en llamarlo demagogo o populista, eso siempre es muy socorrido. 

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