La desfachatez intelectual

La desfachatez intelectual. Comentario al ensayo de Ignacio Sánchez Cuenca

Por Eduardo Bueno Vergara.

Imagina al típico fulano enterado que de todo opina. Ese señor que pontifica desde la barra del bar sobre cualquier tema mientras la golpea con cada nueva afirmación que realiza. Es el típico cuñado del que ya hablamos anteriormente (enlace).
Ignacio Sánchez-Cuenca, en su libro recientemente publicado La desfachatez intelectual, sostiene que, desde las tribunas de los principales periódicos del país, buena parte de los considerados “intelectuales” se comportan de manera semejante a como lo hace ese señor cuñado que intenta dar consejos y lecciones a diestro y siniestro.
Se trata de, entre otros, los Arturo Pérez Reverte, Javier Marías, Mario Vargas Llosa, Antonio Muñoz Molina, Félix de Azúa o Fernando Savater.
Todos estos autores se caracterizarían por emplear un estilo sobrado y prepotente, aprovechando para ello la autoridad que les ha sido concedida. Sus afirmaciones grandilocuentes no dejan lugar a las dudas o los matices y no dudan en recurrir la ridiculización o el insulto para desacreditar opiniones contrarias.
Bajo ese manto de suficiencia, se escondería un manojo argumentos mal construidos, la reproducción de tópicos facilones y la enumeración de lugares comunes sin ninguna reflexión previa. Enmascaradas dentro de una prosa ágil, encontramos, en suma, reflexiones más propias de beodos tertulianos de Intereconomía o 13Tv.
Las explicaciones de estos “expertos” procederían de una serte de hilo compartido con la intelectualidad patria que se remonta muy atrás en el tiempo y que se resume en un análisis a partir de dos hechos que ellos consideran incontrovertibles y eternos.
  1. Existe una clase política que es, básicamente, imbécil. No hay diferencia entre derecha e izquierda, ni los intereses de clase representados, ni tampoco importaría el contexto socioeconómico momento.
  2. Por otro lado estaría la plebe, o sea, el común de los mortales, movidos por una especie de pulsión cainita que, cada cierto tiempo, nos conduce a matarnos entre nosotros (de ahí las guerras civiles), pero que la mayoría del tiempo permanecemos como españolitos abnegados que soportamos con estoicismo a los políticos imbéciles.
  3. Por encima de estas dos categorías sociales, políticos y españolitos, se alzarían desde una perfecta equidistancia los intelectuales, por encima del bien y del mal, siempre portadores de la verdad, pero nunca escuchados por los políticos ni comprendidos por la plebe.
El lector difícilmente podría diferenciar a Antonio Muñoz Molina de Herman Terschchs atendiendo a sus reflexiones sobre esa especie de eje del mal que conforman el estado de las autonomías, las diputaciones, la ley electoral, los sindicatos, los funcionarios, los coches oficiales, la ignorancia y falta de memoria de la gente y, muy especialmente, el nacionalismo catalán y vasco.
En definitiva, esa mezcla de cuñadismo, falta de profundidad en sus análisis, y también derechización de sus posiciones ideológicas les ha llevado a desempeñar un papel de irrelevancia a la hora de arrojar luz sobre las causas de la creciente desigualdad creciente vivida durante los últimos años.

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