Qué pasaría si… ganara el PP

Era tarde, muy tarde… quizá ya había despertado un nuevo día, pero a ellos parecía no importarles. Estaban sentados en el sofá, juntos, muy juntos… tanto, que compartían aliento. Desde que, a última hora de la noche, escucharan los resultados definitivos de las elecciones, habían permanecido así, con las manos entrelazadas y la mirada perdida en algún punto pixelado de su televisor. 

No. No podía ser, no lo podían creer, debían despertar de aquella pesadilla, se pellizcaron los brazos, él con tanta fuerza, que arrancó un aullido de dolor sincero de lo más profundo de ella, pero ambos sabían que era un dolor que nada tenía que ver con su piel. Ella fue la primera en levantarse. Tenían que idear algo, tenían que hacer algo y tenían que hacerlo rápido. 

No. No podrían soportarlo otra legislatura más, no estaban dispuestos a entregar sus sueños sin oponer resistencia, sin alzar sus voces, sin luchar. No querían olvidar tantos desayunos ilusionantes, tantas risas cómplices, tantos besos apretados… tantos momentos imaginando un futuro distinto, tantos días descubriendo la revolución. 

No. No conseguirían soportar ni uno solo de los comentarios postelectorales que, durante más de una década, habían salpicado sus corrillos: “Si es que… tenemos los políticos que nos merecemos”, “Si es que… la gente es idiota, qué esperabais”, “Si es que… os lo advertí, tanta ilusión, tanta ilusión…toma batacazo, pero mira que sois ilusos”, “Si es que… no se puede confiar en esta sociedad, siempre defrauda”, “Si es que… os lo dije, lo mejor es irnos de este país y dejar que se hundan ellos solitos”. 

Y, sobre todo, no. No podían permitir cuatro años más de desmemorias históricas, de mentiras maquilladas, de humillaciones públicas, de prepotencias elitistas, de injusticias impuestas, de sinrazones, de chantajes, de repugnancias estatales, de mordazas, de manipulaciones sonrojantes, de apropiaciones indebidas, de maltrato social, de despropósitos legislativos, de respuestas huidizas, de seres resbaladizos, de lodazales políticos, de risotadas de unos pocos y lágrimas de muchos.

Por todo eso y por más, pensaron en salir a la calle. No sabían muy bien hacia dónde dirigirse, ni qué fuerza les arrastraba a encaminar sus pasos, pero se abrigaron, cogieron a su perro y, dejando atrás la angustia y la zozobra, bajaron los tres las escaleras. 

No. No podía ser, no lo podían creer, no querían despertar de aquel sueño, se pellizcaron los brazos para comprobar si era real, él con tanta fuerza, que arrancó una carcajada de gozo de lo más profundo de ella, pero ambos sabían que era una alegría que tenía que ver con lo que estaban viendo. Apenas podía distinguirse la calzada, mareas de gentes caminaban unidas, con la misma intensidad, fundidas en un solo paso. Firmes, decididas y valientes. Y entonces… lo sintieron. No importaba que el Partido Popular hubiese ganado las elecciones, porque esta vez el pueblo ya estaba en marcha. No le bastaba con resignarse y lamentar su suerte, había aprendido de sus luchas, estaba orgulloso de sus reivindicaciones y quería más. Era consciente de su esfuerzo, de su poder frente al de unos pocos miserables, y conocedor del camino que quedaba por andar, a partir de ese 21 de diciembre, nada ni nadies podrían pararle.

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