GLORIA FUERTES
Por Alfonso Rodríguez Sapiña
Si ustedes quieren comenzar a leer poesía y no saben por dónde empezar; aquí entre nosotros, en la Península, la respuesta es fácil: Gloria Fuertes. Y a su vez si quieren leer a Gloria Fuertes y no saben por dónde empezar; han editado un libro bellísimo en Blackie Books. De escribirlo y montarlo se ha encargado un escritor de mi generación: Jorge Cascante.
Han editado otros libros. Uno imprescindible: “Obras incompletas”, de la autora que nos ocupa…
…conforme leo algunos poemas y ojeo estos libros, me vienen recuerdos de la niñez, incluso de algún programa (infantil o no) en que ella participó.
Gloria Fuertes fue una niña de procedencia muy humilde. Ya de pequeña fantaseaba y creaba historias. Le pilló la guerra, como dice la canción. Se enamoró de una “yanquee”, dio clases en una universidad de los Estados Unidos, ganándose la simpatía de sus alumnos. Qudó muy sola cuando murió su pareja. Dedicó su vida a la poesía.
¡GLORIA A GLORIA FUERTES!
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Si ustedes quieren comenzar a leer poesía y no saben por dónde empezar; aquí entre nosotros, en la Península, la respuesta es fácil: Gloria Fuertes. Y a su vez si quieren leer a Gloria Fuertes y no saben por dónde empezar; han editado un libro bellísimo en Blackie Books. De escribirlo y montarlo se ha encargado un escritor de mi generación: Jorge Cascante.
Han editado otros libros. Uno imprescindible: “Obras incompletas”, de la autora que nos ocupa…
…conforme leo algunos poemas y ojeo estos libros, me vienen recuerdos de la niñez, incluso de algún programa (infantil o no) en que ella participó.
Gloria Fuertes fue una niña de procedencia muy humilde. Ya de pequeña fantaseaba y creaba historias. Le pilló la guerra, como dice la canción. Se enamoró de una “yanquee”, dio clases en una universidad de los Estados Unidos, ganándose la simpatía de sus alumnos. Qudó muy sola cuando murió su pareja. Dedicó su vida a la poesía.
¡GLORIA A GLORIA FUERTES!
El Coaching
Últimamente el término “coaching” se ha cruzado, de diferentes modos, delante de mí. Cursos de coaching, vídeos de coaching, Albert Rivera hablando del coaching y una novela, La Gran Ola, en la que un coach
es el personaje principal. Quizá el universo esté conspirando para
decirme algo, o quizá sea pura casualidad, pero demasiada como para no
intentar averiguar qué esconde esa palabreja tan de moda.
Hasta donde sé, el coaching no es una disciplina que se imparta en universidades u otras instituciones oficiales, aunque seguramente en este momento esté intentando legitimarse buscando apoyo institucional. Pero, de momento, coaching es lo que digan los autoproclamados coaches. Y de éstos hay para todos los gustos, desde los que entienden el coaching como una forma de vida (signifique esto lo que signifique), los que quieren hacer del mundo un lugar mejor, los que quieren convertirte en la reencarnación del Lobo del Wall Street, los que te quieren vaciar los bolsillos… Unos son grafólogos, otros pedagogos, otros psicólogos, otros entepreneurs, otros cantamañanas… Y además, hay coaching para todos los gustos: el empresarial, el educativo, el que te hace mejor persona, el que te entrena las emociones y hasta el que te ayuda a ligar, convirtiéndote en un auténtico fucker.
Todas esas vertientes del coaching tienen algo en común: va destinado al individuo, a cada personita. Y eso está bien en un mundo ideal, porque la motivación es importante, como también lo es desarrollar las potencialidades de cada uno. Pero claro, no vivimos en el país feliz, la calle de la gominola, ni en la casa de la piruleta, por mucho que Mr. Wonderful y demás partidarios de la dictadura de “lo cuqui”, pretendan teñir nuestras vidas de color pastel y dibujos empalagosos. No, las relaciones sociales son algo más complejas que todo eso.
En general, el mensaje del coaching, se reduce a señalar y encarar como individuales problemas que son sociales. Es decir, si hay recortes en los derechos laborales, tu curro es una mierda y te pagan con Risketos, la propuesta del coach sería afrontar esa situación con “inteligencia emocional” con “resiliencia” o con “optimismo”. Si el banco te quiere echar de tu casa, nada de organizarse en plataformas poco cool, sino que deberías aprovechar esta nueva oportunidad que te brinda el destino para “reinventarte” y tomar las riendas de tu vida. Todo muy racional.
Además, todo ese contenido suele aparecer en forma de mensajes facilones, frases de autoayuda baratas, presentaciones de power point melifluas, mierdas motivacionales y mantras de poco fuste, tipo: Las 5 As de la felicidad (Amor, Amistad, Abrazos, Aceptación y Autoconocimiento).
En definitiva, parece que el coaching ofrece poco más que una mezcla de intentar soluciones individuales a problemas colectivos, muy al gusto de los adoradores de Margaret Thatcher que gobiernan en la actualidad, y una resignación cristiana al estilo del Santo Job, pero con pretensiones.
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Hasta donde sé, el coaching no es una disciplina que se imparta en universidades u otras instituciones oficiales, aunque seguramente en este momento esté intentando legitimarse buscando apoyo institucional. Pero, de momento, coaching es lo que digan los autoproclamados coaches. Y de éstos hay para todos los gustos, desde los que entienden el coaching como una forma de vida (signifique esto lo que signifique), los que quieren hacer del mundo un lugar mejor, los que quieren convertirte en la reencarnación del Lobo del Wall Street, los que te quieren vaciar los bolsillos… Unos son grafólogos, otros pedagogos, otros psicólogos, otros entepreneurs, otros cantamañanas… Y además, hay coaching para todos los gustos: el empresarial, el educativo, el que te hace mejor persona, el que te entrena las emociones y hasta el que te ayuda a ligar, convirtiéndote en un auténtico fucker.
Todas esas vertientes del coaching tienen algo en común: va destinado al individuo, a cada personita. Y eso está bien en un mundo ideal, porque la motivación es importante, como también lo es desarrollar las potencialidades de cada uno. Pero claro, no vivimos en el país feliz, la calle de la gominola, ni en la casa de la piruleta, por mucho que Mr. Wonderful y demás partidarios de la dictadura de “lo cuqui”, pretendan teñir nuestras vidas de color pastel y dibujos empalagosos. No, las relaciones sociales son algo más complejas que todo eso.
En general, el mensaje del coaching, se reduce a señalar y encarar como individuales problemas que son sociales. Es decir, si hay recortes en los derechos laborales, tu curro es una mierda y te pagan con Risketos, la propuesta del coach sería afrontar esa situación con “inteligencia emocional” con “resiliencia” o con “optimismo”. Si el banco te quiere echar de tu casa, nada de organizarse en plataformas poco cool, sino que deberías aprovechar esta nueva oportunidad que te brinda el destino para “reinventarte” y tomar las riendas de tu vida. Todo muy racional.
Además, todo ese contenido suele aparecer en forma de mensajes facilones, frases de autoayuda baratas, presentaciones de power point melifluas, mierdas motivacionales y mantras de poco fuste, tipo: Las 5 As de la felicidad (Amor, Amistad, Abrazos, Aceptación y Autoconocimiento).
En definitiva, parece que el coaching ofrece poco más que una mezcla de intentar soluciones individuales a problemas colectivos, muy al gusto de los adoradores de Margaret Thatcher que gobiernan en la actualidad, y una resignación cristiana al estilo del Santo Job, pero con pretensiones.
La justicia y la lucha de clases, ¡várgame el señor!
Por Miguel Ángel Viso Camenforte.
Yo no sé si Spain it’s different, pero sí sé que en tema de justicia deja mucho que desear. Los temas de corrupción son tantos y tan sucios en estos tiempos de crisis, que sonrojan y avergüenzan a cualquiera con un mínimo de decencia. Entre estos casos, destaca el de NOOS por su vinculación con la familia real.
El veredicto que tanto tiempo ha tardado en llegar es… desconcertante. Resulta que la Infanta es culpable, porque tiene que pagar 265.000 euros, por algo será. Pero no pisará la cárcel. Hacienda y la Justicia son iguales para todos menos para los Borbones, y no es algo nuevo, la Historia lo demuestra. Se conoce que con no saber o no tener constancia de nada, sales de rositas de un juicio. Eso sí, si eres una anciana que firmaste preferentes, era tu deber tener conocimientos económicos y financieros.
Parece que el yernísimo sí entrará en el talego. Algo es algo, dirán algunos. Pero cuando la sentencia le condena a poco más de 6 años de cárcel en lugar de 19 como pedía la Fiscalía, la cosa cambia. Su millonaria corrupción tiene un castigo parecido a gastar 80 euros con una tarjeta falsa, o a participar en un piquete sindical.
Decía Carlos Lesmes, presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, que la ley procesal española está hecha para el robagallinas, y así es. La justicia española forma parte de la superestructura del sistema capitalista en el que se manifiesta la lucha de clases. Los engranajes funcionan simultáneamente y en ocasiones se manifiestan sin tapujos, como cuando el gobernador del Banco de España, Luís María Linde, recomienda retrasar la edad de jubilación más allá de 67 años, y hacerse planes privados de pensiones porque en realidad, para la oligarquía que representa, ni siquiera el limitado estado del bienestar español le parece bien.
Tiempos duros estos que nos toca vivir en los que ser rapero, titiritero o twittear según qué cosas, pueden convertirte en una amenaza mayor que los saqueadores que esquilman España generación tras generación . ¡Várgame el señor!
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Yo no sé si Spain it’s different, pero sí sé que en tema de justicia deja mucho que desear. Los temas de corrupción son tantos y tan sucios en estos tiempos de crisis, que sonrojan y avergüenzan a cualquiera con un mínimo de decencia. Entre estos casos, destaca el de NOOS por su vinculación con la familia real.
El veredicto que tanto tiempo ha tardado en llegar es… desconcertante. Resulta que la Infanta es culpable, porque tiene que pagar 265.000 euros, por algo será. Pero no pisará la cárcel. Hacienda y la Justicia son iguales para todos menos para los Borbones, y no es algo nuevo, la Historia lo demuestra. Se conoce que con no saber o no tener constancia de nada, sales de rositas de un juicio. Eso sí, si eres una anciana que firmaste preferentes, era tu deber tener conocimientos económicos y financieros.
Parece que el yernísimo sí entrará en el talego. Algo es algo, dirán algunos. Pero cuando la sentencia le condena a poco más de 6 años de cárcel en lugar de 19 como pedía la Fiscalía, la cosa cambia. Su millonaria corrupción tiene un castigo parecido a gastar 80 euros con una tarjeta falsa, o a participar en un piquete sindical.
Decía Carlos Lesmes, presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, que la ley procesal española está hecha para el robagallinas, y así es. La justicia española forma parte de la superestructura del sistema capitalista en el que se manifiesta la lucha de clases. Los engranajes funcionan simultáneamente y en ocasiones se manifiestan sin tapujos, como cuando el gobernador del Banco de España, Luís María Linde, recomienda retrasar la edad de jubilación más allá de 67 años, y hacerse planes privados de pensiones porque en realidad, para la oligarquía que representa, ni siquiera el limitado estado del bienestar español le parece bien.
Tiempos duros estos que nos toca vivir en los que ser rapero, titiritero o twittear según qué cosas, pueden convertirte en una amenaza mayor que los saqueadores que esquilman España generación tras generación . ¡Várgame el señor!
Lo que escondían sus ojos. Una serie para el olvido
Por Berta Echániz Martínez.
"Los crímenes que escondían sus ojos" de Carlos Hernández, en eldiario.es (23/11/2016)
"Banalizar la historia del franquismo" de Shlomo Vasov, en Periódico Diagonoal (23/11/2016)
"Si los españoles terminaron en Mauthausen fue gracias al cuñadísimo Serrano Súñer" de Carlos Hernández, en el diario.es (20/12/2016)
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"Los crímenes que escondían sus ojos" de Carlos Hernández, en eldiario.es (23/11/2016)
"Banalizar la historia del franquismo" de Shlomo Vasov, en Periódico Diagonoal (23/11/2016)
"Si los españoles terminaron en Mauthausen fue gracias al cuñadísimo Serrano Súñer" de Carlos Hernández, en el diario.es (20/12/2016)
La vitrina
Por Miguel Ángel Viso Camenforte
“Que bonitos son los vasos que nunca se usan”, pensó Justa mientras escudriñaba la vieja vitrina verde. Acababa de entrar en la casa de su infancia, de sentir el olor a madera del antiguo portón tras girar dos vueltas la enorme llave de hierro en la cerradura. No tardó ni dos segundos en abrir las dos hojas de la ventana del salón y quedó inmóvil observando el polvo que pululaba en el ambiente bañado por la inesperada claridad del sol. Al lado estaba la vitrina, donde siempre, con sus verdes patas de madera, los verdes cajones con dorados tiradores redondos, sujetando en lo alto la cristalera que guardaba la vajilla y la cubertería buenas. Y comenzó a recordar…
De sus cuarenta y cinco años de vida, llevaba treinta y siete fuera de aquellas paredes. Su último recuerdo de la ciudad está empañado en lágrimas, dolor y miedo. Desde el abarrotado carguero Stanbrook, se despedía sin quererlo de su madre, la cual, desde el puerto, le lanzaba con las manos los últimos besos salados, hasta que se perdió el barco en la inmensidad del mar. Nunca más supo de ella. Tres años antes había perdido a su padre. Perderlo no significaba que estuviera muerto, simplemente que no estaba, como si la tierra se lo hubiera tragado de la noche a la mañana. Un día su padre dejó de habitar la casa y las tierras de alrededor. Su sombra, como el recuerdo, seguía allí cuidando a la familia y guiando el camino, pero ya no habría más besos de esos que rascaban con la barba la cara de Justa, ni abrazos que llenasen los vacíos profundos del alma. De Enrique, tampoco se volvió a saber.
Justa analizaba el interior de la vitrina. Una caja de mixtos con el escudo del Hércules, con la que Enrique encendía el fuego para cocinar; una estampa de la Santa Faz a la que Marina, la madre, encomendaba protección divina para su familia; y como no, un cartel de 1936 que año tras año renovaba la vecina María con los números del sorteo de los iguales[1], listado con el que Justa jugaba a memorizar con el resto de niños de la calle. Cerró los ojos en señal de concentración y en voz baja trató de recordar: “el 1, el galant; el 2, el sol; el 3, el xiquet…”. Mordió su labio inferior, abrió los ojos y negaba levemente con la cabeza al rememorar aquellos momentos de juego y vitalidad en el vecindario.
En medio de todo esto, una vida de treinta y siete años en Moscú. Una vida de treinta y siete años parece corta, pero según en qué circunstancias puede convertirse en una eternidad. Los primeros años fueron difíciles, no los más duros. El Stanbrook le enseñó el azul lapislázuli del Mediterráneo y la similitud de las ciudades que pueblan sus costas. De Orán solo recuerda la silueta de los edificios más altos y los destellos del sol en la orilla. No llegó a poner pie en tierra firme ya que, en el mismo puerto, otro barco se encargó de llevarla a la lejana Rusia. La niña Justa se sentía temerosa y encerrada en aquella residencia de blancos muros y jardines congelados. Sus necesidades físicas estaban cubiertas. Nunca le faltó un plato de comida caliente a medio día ni un colchón al anochecer, incluso compartía el tiempo con otros niños de España con los cuales podía comunicarse sin sentirse una extraña. Sin embargo, hay necesidades que nunca fueron paliadas. El paso de niña a mujer sin un segundo de transición, las emociones que necesitan ser contadas a unos oídos de confianza o la revolución que sufrió su cuerpo sin el cariño materno, la mimetizaron con el clima continental, se hizo fría como un bosque helado. Pero debajo de la escarcha latía la nostalgia de las raíces arrancadas.
Le costó hacerse con el idioma, sin embargo, una vez aprendido, pudo ejercer como intérprete en una escuela municipal. Entonces llegó Antón, un joven moscovita enamorado que pareció reverdecer el espíritu de Justa, pero pronto volverían las nubes negras, al verse incapacitado para procrear. Fue un obstáculo para desarrollarles como pareja feliz. Siempre gravitó su relación en torno a la maldición, como así lo veía Antón, enfadado con su sino que lo convertía en el protagonista de una ópera extremadamente dramática con el peor de los finales. Antón, que no podía crear vida, decidió arrebatarse la suya propia y entregarla a las espesas aguas del río Moscova.
La última fase en Rusia estuvo marcada por la soledad. Vivía de alquiler sola, pasaba miedo sola, caminaba sola por las calles mientras hacía sola la compra y, lo peor de todo, dormía sola. A pesar de la tristeza y frustración que transmitía Antón, le echaba de menos. Todas las noches se acostaba de lado en su parte de la cama, mirando y acariciando la ausencia en el lado de la cama de Antón. Le gustaba verlo dormir y mover las yemas de los dedos por su pecho. Las tres personas más importantes de su vida habían desaparecido de formas perversas: su padre de súbito, su madre en la lejanía del horizonte borrándose como una pesadilla al despertar, y su marido después de una larga depresión. Ya nada la ataba a Moscú y entonces llegó 1976.
Justa regresaba a casa movida por un impulso interno, algo indescriptible pero imposible de obviar. Sentía que estaba escrito, que su destino la empujaba a recuperar una vida anterior que durante décadas parecía acabada. Llegó a la ciudad, la vio cambiada pero idéntica en lo esencial. Su barrio le traía los recuerdos más felices, se veía de niña en las niñas que ahora saltaban a la comba. Los geranios en las ventanas olían igual. La vecina de su portal, la señora María, no podía creerlo. La reconoció al instante. Mantenía la costumbre de sacar una silla a la acera para hacer ganchillo. Cuando Justa se fue, María tenía cuarenta y nueve años. Ahora era una anciana de ochenta y seis, canosa y arrugada, pero conservaba un brillo especial en los ojos, la luz de las personas que tienen el espíritu joven y limpio. La señora María le dio un pañuelo que envolvía la llave de su casa y llegó el momento de entrar.
Ensimismada en el recuerdo, Justa volvió en sí al escuchar el ruido de un cartón que alguien desde la calle introdujo por debajo de la puerta. Lo recogió con recelo. Entonces comenzó a reír. El cartel con las terminaciones del sorteo de los ciegos de 1976. Se apresuró a colocarlo en la vitrina al lado del otro. Los pestillos ofrecieron una ligera resistencia pero finalmente cedieron. Justa permaneció mucho tiempo ojeando las dos fechas. Cerraba los ojos con fuerza y susurraba: “el 4, el llit… el 16, la guitarra… el 26, el pollastre… el 41, el negre… el 50, el cartutx… el 63, la paella… el 71, el mestre… el 88, les mamelles… el 94, la rata… el 96, l’Esplanada… el 99, l’agonia”. No quiso contar el último, el 00, porque todavía le quedaba mucho por vivir. Llenó un cubo de agua en la fuente que seguía en mitad de su calle y comenzó a baldear el portal. La señora María la observaba por encima de las gafas, sin dejar de tejer. Justa ya era otra, acababa de atravesar un túnel de casi cuarenta años. Ahora era capaz de mirar al pasado y comprenderlo todo, de darse las respuestas a las preguntas que la vida no le había formulado. Era una mujer plena. Y 1976 un buen momento para perderle el miedo al fascismo.
[1] Este es el nombre que recibía, en la zona de Levante, el sorteo de los ciegos antes de la creación de la actual ONCE en 1938.
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“Que bonitos son los vasos que nunca se usan”, pensó Justa mientras escudriñaba la vieja vitrina verde. Acababa de entrar en la casa de su infancia, de sentir el olor a madera del antiguo portón tras girar dos vueltas la enorme llave de hierro en la cerradura. No tardó ni dos segundos en abrir las dos hojas de la ventana del salón y quedó inmóvil observando el polvo que pululaba en el ambiente bañado por la inesperada claridad del sol. Al lado estaba la vitrina, donde siempre, con sus verdes patas de madera, los verdes cajones con dorados tiradores redondos, sujetando en lo alto la cristalera que guardaba la vajilla y la cubertería buenas. Y comenzó a recordar…
De sus cuarenta y cinco años de vida, llevaba treinta y siete fuera de aquellas paredes. Su último recuerdo de la ciudad está empañado en lágrimas, dolor y miedo. Desde el abarrotado carguero Stanbrook, se despedía sin quererlo de su madre, la cual, desde el puerto, le lanzaba con las manos los últimos besos salados, hasta que se perdió el barco en la inmensidad del mar. Nunca más supo de ella. Tres años antes había perdido a su padre. Perderlo no significaba que estuviera muerto, simplemente que no estaba, como si la tierra se lo hubiera tragado de la noche a la mañana. Un día su padre dejó de habitar la casa y las tierras de alrededor. Su sombra, como el recuerdo, seguía allí cuidando a la familia y guiando el camino, pero ya no habría más besos de esos que rascaban con la barba la cara de Justa, ni abrazos que llenasen los vacíos profundos del alma. De Enrique, tampoco se volvió a saber.
Justa analizaba el interior de la vitrina. Una caja de mixtos con el escudo del Hércules, con la que Enrique encendía el fuego para cocinar; una estampa de la Santa Faz a la que Marina, la madre, encomendaba protección divina para su familia; y como no, un cartel de 1936 que año tras año renovaba la vecina María con los números del sorteo de los iguales[1], listado con el que Justa jugaba a memorizar con el resto de niños de la calle. Cerró los ojos en señal de concentración y en voz baja trató de recordar: “el 1, el galant; el 2, el sol; el 3, el xiquet…”. Mordió su labio inferior, abrió los ojos y negaba levemente con la cabeza al rememorar aquellos momentos de juego y vitalidad en el vecindario.
En medio de todo esto, una vida de treinta y siete años en Moscú. Una vida de treinta y siete años parece corta, pero según en qué circunstancias puede convertirse en una eternidad. Los primeros años fueron difíciles, no los más duros. El Stanbrook le enseñó el azul lapislázuli del Mediterráneo y la similitud de las ciudades que pueblan sus costas. De Orán solo recuerda la silueta de los edificios más altos y los destellos del sol en la orilla. No llegó a poner pie en tierra firme ya que, en el mismo puerto, otro barco se encargó de llevarla a la lejana Rusia. La niña Justa se sentía temerosa y encerrada en aquella residencia de blancos muros y jardines congelados. Sus necesidades físicas estaban cubiertas. Nunca le faltó un plato de comida caliente a medio día ni un colchón al anochecer, incluso compartía el tiempo con otros niños de España con los cuales podía comunicarse sin sentirse una extraña. Sin embargo, hay necesidades que nunca fueron paliadas. El paso de niña a mujer sin un segundo de transición, las emociones que necesitan ser contadas a unos oídos de confianza o la revolución que sufrió su cuerpo sin el cariño materno, la mimetizaron con el clima continental, se hizo fría como un bosque helado. Pero debajo de la escarcha latía la nostalgia de las raíces arrancadas.
Le costó hacerse con el idioma, sin embargo, una vez aprendido, pudo ejercer como intérprete en una escuela municipal. Entonces llegó Antón, un joven moscovita enamorado que pareció reverdecer el espíritu de Justa, pero pronto volverían las nubes negras, al verse incapacitado para procrear. Fue un obstáculo para desarrollarles como pareja feliz. Siempre gravitó su relación en torno a la maldición, como así lo veía Antón, enfadado con su sino que lo convertía en el protagonista de una ópera extremadamente dramática con el peor de los finales. Antón, que no podía crear vida, decidió arrebatarse la suya propia y entregarla a las espesas aguas del río Moscova.
La última fase en Rusia estuvo marcada por la soledad. Vivía de alquiler sola, pasaba miedo sola, caminaba sola por las calles mientras hacía sola la compra y, lo peor de todo, dormía sola. A pesar de la tristeza y frustración que transmitía Antón, le echaba de menos. Todas las noches se acostaba de lado en su parte de la cama, mirando y acariciando la ausencia en el lado de la cama de Antón. Le gustaba verlo dormir y mover las yemas de los dedos por su pecho. Las tres personas más importantes de su vida habían desaparecido de formas perversas: su padre de súbito, su madre en la lejanía del horizonte borrándose como una pesadilla al despertar, y su marido después de una larga depresión. Ya nada la ataba a Moscú y entonces llegó 1976.
Justa regresaba a casa movida por un impulso interno, algo indescriptible pero imposible de obviar. Sentía que estaba escrito, que su destino la empujaba a recuperar una vida anterior que durante décadas parecía acabada. Llegó a la ciudad, la vio cambiada pero idéntica en lo esencial. Su barrio le traía los recuerdos más felices, se veía de niña en las niñas que ahora saltaban a la comba. Los geranios en las ventanas olían igual. La vecina de su portal, la señora María, no podía creerlo. La reconoció al instante. Mantenía la costumbre de sacar una silla a la acera para hacer ganchillo. Cuando Justa se fue, María tenía cuarenta y nueve años. Ahora era una anciana de ochenta y seis, canosa y arrugada, pero conservaba un brillo especial en los ojos, la luz de las personas que tienen el espíritu joven y limpio. La señora María le dio un pañuelo que envolvía la llave de su casa y llegó el momento de entrar.
Ensimismada en el recuerdo, Justa volvió en sí al escuchar el ruido de un cartón que alguien desde la calle introdujo por debajo de la puerta. Lo recogió con recelo. Entonces comenzó a reír. El cartel con las terminaciones del sorteo de los ciegos de 1976. Se apresuró a colocarlo en la vitrina al lado del otro. Los pestillos ofrecieron una ligera resistencia pero finalmente cedieron. Justa permaneció mucho tiempo ojeando las dos fechas. Cerraba los ojos con fuerza y susurraba: “el 4, el llit… el 16, la guitarra… el 26, el pollastre… el 41, el negre… el 50, el cartutx… el 63, la paella… el 71, el mestre… el 88, les mamelles… el 94, la rata… el 96, l’Esplanada… el 99, l’agonia”. No quiso contar el último, el 00, porque todavía le quedaba mucho por vivir. Llenó un cubo de agua en la fuente que seguía en mitad de su calle y comenzó a baldear el portal. La señora María la observaba por encima de las gafas, sin dejar de tejer. Justa ya era otra, acababa de atravesar un túnel de casi cuarenta años. Ahora era capaz de mirar al pasado y comprenderlo todo, de darse las respuestas a las preguntas que la vida no le había formulado. Era una mujer plena. Y 1976 un buen momento para perderle el miedo al fascismo.
[1] Este es el nombre que recibía, en la zona de Levante, el sorteo de los ciegos antes de la creación de la actual ONCE en 1938.
Joder, cuánto papel para tan poco
Por Alfonso Rodríguez Sapiña
¿En qué jodido momento se les ocurrió coger el lápiz –o la pluma- a los poetas de mi generación? Nietzsche sublimó sus afectos por Lou Andrea Salomé en un largo poema de amor, cuando ella le rechazó: Así habló Zaratustra… y así evitó la locura el filósofo. No quiero dar por sentado que todo poeta debe haber sentido un fuerte fracaso amoroso: hay poetas felices, joviales que sonríen y contagian estos fabulosos estados de ánimo. Lo que yo pretendo es simplemente ofrecer mi opinión a los amantes de la poesía: la mayoría de poetas vivos facturan inofensivos versos, ingeniosos como mucho; y cuando no es así, cuando sorprenden es la más de las veces en un contexto narcisista, de auto-reivindicación explícita o implícita, desmesurada.
Quiero decir que no hay esa locura genuina que fermenta, fermentaba, en las obras de Juan Gelman o Leopoldo María Panero. ¿Poetas vivos? Sólo me atrevo a nombrar con todas las de la ley a Jorge Riechmann y Enrique Falcón, autores cuya búsqueda ya es de por sí encomiable.
¿En qué jodido momento se les ocurrió pensar que por tener un sentimiento “grande” su poesía iba a serlo también?
¿En qué jodido momento trasladaron su pseudo-auto-análisis a un lenguaje lírico?
¿En qué jodido momento pudieron sentir empatía sin alcanzar la crítica necesaria?
¿Y la auto-crítica “así sin elaborar”?
Tengamos en cuenta que el estilo más reconocible de Bukowski es el de su madurez/vejez… si alguien lo imita en su juventud el resultado será ridículo, las más de las veces.
Tengamos en cuenta que la Unión Soviética dejó de existir entre 1989 y 1991. Esto implica para los jóvenes poetas que, como para cualquier otra persona, “el comunismo ha dejado de estar de moda”. Aunque hay muchas luchas que despuntan en el mundo
la cantinela para muchos, incluso para los que luchan y forman parte de movimientos de masas es que “el comunismo ha dejado de estar de moda”. Esto implica dentro del marco de la poesía joven en el territorio español a) desafección a toda política, b) compromiso amplio c) compromisos específicos. Los poetas de mi generación practican una poesía de tipo “a”, sobre todo…
…ideológicamente confusa… ¿alcanza la poesía joven un nivel formal interesante? ¿obtiene una propuesta estética que no nos deje indiferentes, que nos arranque un simple “qué bueno”?
Es algo complicado, mirando el tinglado en que se han metido poetas, cantautores, raperos y “amateurs” –ojo, en oposición a “profesional” como aquel que se toma en serio su ocupación- decir algo así como “qué bueno”; y es que los poemas, algunos aunque no todos, puedan serlo… pero piensas en el “halo de estrellas” que les rodea, en lo fácil que les ha sido publicar con tan poca auto-exigencia, puestos todos sus libritos en las estanterías de las grandes superficies…
…por lo menos nos evitaremos que se autodenominen “revolucionarios”, o “underground”… eso ya pasó para ellos: han cogido un tren y no va para San Petersburgo, no va para Palestina… su camino es que les suene la campana en uno de tantos premios, certámenes o concursos y poder publicar, siempre que tengan los derechos de autor –y ganancias- o les puedan dar por culo de algún modo
También es preocupante, a la par que la Universidad se vuelve elitista, que los y las poetas sean en su mayoría licenciados con alguna carrera, como si no hubiera poesía en las reuniones de amigos con estudios de diverso nivel, en las cárceles, los psiquiátricos, etc. La poesía no puede limitarse a “la academia”, como no puede limitarse a la “bohemia” y tampoco a una “disciplina de partido”…
Por lo menos hay un libro de Machado entre los más vendidos en poesía… pero sigo pensando que es desmesurado: las quinceañeras y los quinceañeros ya no comprarán/leerán a Rimbaud o Baudelaire sino a una pobre chalada o a un mentecato que se consideró digno de figurar junto a lo mejor de lo mejor –aunque esto último es un decir: el nivel general también es cuestionable-. Quizá ellos mismos no tienen ni sombra de duda por la calidad de sus libros. Yo también soy poeta y hay veces que no paro de leer y releer porque esto y aquello no me convence; y a día de hoy he conseguido que mis poemas del 2001-2003 “se queden como están”.
Más que pena, da rabia. Porque uno percibe las influencias y quizás es hipercrítico. ¿Es hipercrítico tratarlos de amateurs? Joder, cuánto papel para tan poco
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¿En qué jodido momento se les ocurrió coger el lápiz –o la pluma- a los poetas de mi generación? Nietzsche sublimó sus afectos por Lou Andrea Salomé en un largo poema de amor, cuando ella le rechazó: Así habló Zaratustra… y así evitó la locura el filósofo. No quiero dar por sentado que todo poeta debe haber sentido un fuerte fracaso amoroso: hay poetas felices, joviales que sonríen y contagian estos fabulosos estados de ánimo. Lo que yo pretendo es simplemente ofrecer mi opinión a los amantes de la poesía: la mayoría de poetas vivos facturan inofensivos versos, ingeniosos como mucho; y cuando no es así, cuando sorprenden es la más de las veces en un contexto narcisista, de auto-reivindicación explícita o implícita, desmesurada.
Quiero decir que no hay esa locura genuina que fermenta, fermentaba, en las obras de Juan Gelman o Leopoldo María Panero. ¿Poetas vivos? Sólo me atrevo a nombrar con todas las de la ley a Jorge Riechmann y Enrique Falcón, autores cuya búsqueda ya es de por sí encomiable.
¿En qué jodido momento se les ocurrió pensar que por tener un sentimiento “grande” su poesía iba a serlo también?
¿En qué jodido momento trasladaron su pseudo-auto-análisis a un lenguaje lírico?
¿En qué jodido momento pudieron sentir empatía sin alcanzar la crítica necesaria?
¿Y la auto-crítica “así sin elaborar”?
Tengamos en cuenta que el estilo más reconocible de Bukowski es el de su madurez/vejez… si alguien lo imita en su juventud el resultado será ridículo, las más de las veces.
Tengamos en cuenta que la Unión Soviética dejó de existir entre 1989 y 1991. Esto implica para los jóvenes poetas que, como para cualquier otra persona, “el comunismo ha dejado de estar de moda”. Aunque hay muchas luchas que despuntan en el mundo
la cantinela para muchos, incluso para los que luchan y forman parte de movimientos de masas es que “el comunismo ha dejado de estar de moda”. Esto implica dentro del marco de la poesía joven en el territorio español a) desafección a toda política, b) compromiso amplio c) compromisos específicos. Los poetas de mi generación practican una poesía de tipo “a”, sobre todo…
…ideológicamente confusa… ¿alcanza la poesía joven un nivel formal interesante? ¿obtiene una propuesta estética que no nos deje indiferentes, que nos arranque un simple “qué bueno”?
Es algo complicado, mirando el tinglado en que se han metido poetas, cantautores, raperos y “amateurs” –ojo, en oposición a “profesional” como aquel que se toma en serio su ocupación- decir algo así como “qué bueno”; y es que los poemas, algunos aunque no todos, puedan serlo… pero piensas en el “halo de estrellas” que les rodea, en lo fácil que les ha sido publicar con tan poca auto-exigencia, puestos todos sus libritos en las estanterías de las grandes superficies…
…por lo menos nos evitaremos que se autodenominen “revolucionarios”, o “underground”… eso ya pasó para ellos: han cogido un tren y no va para San Petersburgo, no va para Palestina… su camino es que les suene la campana en uno de tantos premios, certámenes o concursos y poder publicar, siempre que tengan los derechos de autor –y ganancias- o les puedan dar por culo de algún modo
También es preocupante, a la par que la Universidad se vuelve elitista, que los y las poetas sean en su mayoría licenciados con alguna carrera, como si no hubiera poesía en las reuniones de amigos con estudios de diverso nivel, en las cárceles, los psiquiátricos, etc. La poesía no puede limitarse a “la academia”, como no puede limitarse a la “bohemia” y tampoco a una “disciplina de partido”…
Por lo menos hay un libro de Machado entre los más vendidos en poesía… pero sigo pensando que es desmesurado: las quinceañeras y los quinceañeros ya no comprarán/leerán a Rimbaud o Baudelaire sino a una pobre chalada o a un mentecato que se consideró digno de figurar junto a lo mejor de lo mejor –aunque esto último es un decir: el nivel general también es cuestionable-. Quizá ellos mismos no tienen ni sombra de duda por la calidad de sus libros. Yo también soy poeta y hay veces que no paro de leer y releer porque esto y aquello no me convence; y a día de hoy he conseguido que mis poemas del 2001-2003 “se queden como están”.
Más que pena, da rabia. Porque uno percibe las influencias y quizás es hipercrítico. ¿Es hipercrítico tratarlos de amateurs? Joder, cuánto papel para tan poco
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