Se abre el telón, unos titiriteros interpretan una función en el que un títere policía coloca a un títere manifestante una camiseta con el lema “Gora Alka-ETA”, representando un montaje policial. Se cierra el telón. Los titiriteros acaban en el trullo.
Mientras, en Televisión española aparece Bertín Osborne, Licenciado con honores en la Universidad de los Cuñados, entrevistando a la nieta de Franco. Carmen Martínez Bordiú habla con ternura de su abuelito, un entrañable abuelito que cuidaba de su prole; en ningún caso se habla de dictadura, de represión, de asesinato: una lavada de cara en toda regla al régimen franquista en la Televisión pública.
En otro lugar, Federico Jiménez Losantos, el hombre que escupe odio cada vez que abre la boca, apunta que, por suerte, él no tiene un arma, porque si viera a alguien de Podemos por la calle, le pegaría un tiro. Así, sin paños calientes, pero en este caso no hay atisbos de enaltecimiento de ningún tipo; todo en orden.
En noviembre del año pasado, un buen puñado de iglesias celebraron misas en honor a la memoria de Franco, una de ellas en Alicante. Parece que tampoco hay nada extraño ni delictivo en honrar la memoria de un dictador fascista. Como también nos parece de lo más normal que encontremos entre el callejero de las ciudades nombres de colaboradores del régimen fascista o elementos identitarios del fascismo español. Para hacernos una idea, sería como caminar por Alemania por la calle Hitler, la plaza Goebbles o la Avenida Auschwitz.
Cuando cae el telón de la libertad de expresión, entre bastidores, se mantiene un doble rasero a la hora de decir qué es violencia y quién puede ejercerla de manera impune. Se establece a quién se debe castigar con una fuerza desmesurada, como en el caso de los titiriteros, al tiempo que otras manifestaciones de las peores Españas, gozan de impunidad y aceptación por parte de algunos.
Es verdad que, en buena medida, toda la absurda opereta montada alrededor del asunto de los titiriteros forma parte del acoso político y mediático contra Manuela Carmena; esa misma función se representó en Granada sin que nadie se llevase las manos a la cabeza. Pero eso no impide que constatemos que hoy existen dos varas de medir bien diferenciadas a la hora de establecer hasta dónde llega la libertad de expresión para unos y para otros.
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