- Érase
una vez una niña que jugaba a ser extraterrestre. De vez en cuando, para
no perder la capacidad de sorpresa que tres hadas le habían concedido al
nacer, imaginaba que no pertenecía a este mundo y observaba a su alrededor
como si estrenara ojos. Cogía algún objeto cotidiano, de esos con los que tropezaba
diariamente y lo escudriñaba intentando averiguar qué cosas podía
revelarle acerca de la superficie terrestre sobre la que había caído.
- Esa
pegajosa mañana se dio cuenta que ya había jugado a dejarse encantar por
todos los cachivaches que ocupaban su habitación. Así que, curiosa, pasó
al salón donde lo primero que vio fueron una hojas de papel que alguien
había dejado arrumbadas tras un cojín. Era el periódico que cada semana
leían las gentes de su pueblo y pensó que nada mejor que aquel artefacto
para averiguar las esencias de los terrícolas locales.
- Sus
manos desplegaron el semanario azarosamente por una de sus páginas
centrales, descubriendo las fotos de las que parecían ser algo así como
las abanderadas aborígenes. Se las veía contentas, todas esas mujeres
jóvenes sonreían y todas ellas vestían unos trajes que almidonaban sus
cuerpos, convirtiéndolas en vistosas peonzas de colores. También sus
peinados eran iguales: una raya medianera dividía el cabello en dos
mitades exactas que atirantaban un moño trasero aderezado con guirnaldas
de flores.
- Pero
en seguida su atención olvidó esas imágenes tan idénticas y reparó en la
pequeña reseña que las acompañaba. Junto a sus nombres, alguien había
escrito sus edades, sus aficiones, su implicación en lo que la niña
marciana presumió sería un jolgorio lúdico-festivo ancestral y, por último,
una sucesión de adjetivos que pretendían ser una primera aproximación a
las cualidades más relevantes de aquellas mujeres.
- En
un primer momento pensó que aquel porcentaje de féminas del ignoto pueblo
en el que había ido a parar aquel día, eran clones fabricados en serie. No
podía ser… casi todas ellas eran… “abiertas y extrovertidas”, daba igual
la edad que tuvieran. Pero ¿qué quería decir eso exactamente? Porque
algunas, incluso, eran “muy abiertas”, ¿estarían hablando de sus aletas
nasales? Claro, que cuando hueles a mierda, se abren (y mucho). Y ¿qué era
eso de “extrovertida”? Echó mano
del diccionario que siempre le acompañaba en esos juegos y… “Extraversión: condición de la persona
que se distingue por su inclinación hacia el mundo exterior, por la
facilidad para las relaciones sociales y por su carácter abierto” Oh
nooo, de nuevo esa palabreja: “abierto”. Pero, ¿abierto hacia dónde?,
¿abierto a qué? Ya está –pensó- seguramente estarían a puntico de abrir
una tienda de chuches, lo que explicaría que muchas de ellas fueran
“dulces”. La niña no entendía nada.
- Entonces
barajó otra idea. Como muchas de ellas eran “divertidas”, otras tantas
“cariñosas” y otras más…
- Basta,
no aguanto más… ¡A
la mierda! La niña alienígena
soy yo. El semanario local es El
Raspeig nº670, del 16 de julio
pasado y las citas que recojo pertenecen al especial “Hogueras y Barracas
San Vicente 2015”. Sin ánimo de entrar a valorar el engranaje patriarcal
de la fiesta y lo que supone en el siglo XXI un concurso femenino de estas
características. No porque carezca de opinión o tenga déficit de
compromiso social, es una cuestión de espacio físico (si queréis saber qué
opino, preguntádmelo) Sólo intentaba usar la ficción para contagiaros mi
cara de pasmo, pero -como tantas otras veces- la realidad me ha superado.
Por eso ahora os contaré qué me rechinó cuando esa pegajosa mañana leí aquellas
páginas:
- No
me gustó que quien escribiera esta crónica festera empleara un casposo
manual de arquetipos para sustentar la retahíla de estereotipos de género
que se vierten en ella. Basta de perpetuar modelos de comportamiento androcéntricos
de uno u otro sexo, sobre lo que debemos hacer y lo que no, sobre cómo
debemos ser y cómo no. En el artículo hay 51 descripciones de mujeres, de
edades comprendidas entre los 29 y los 7 años y los adjetivos más usados
para trazar sus vagos perfiles son “abierta, extrovertida, cariñosa,
tímida, sociable, conversadora…” No y no. No me puedo creer que, entre
todas ellas, no hubiera alguna que fuera ambiciosa, dominante, callada,
arrogante o irónica.
- Es más, si el problema era el número de caracteres a la hora de la impresión, si lo que se pretendía era salir del paso con tres palabrejas empalagosas y trilladas de cada una de ellas… Por qué no preguntarles por su libro favorito. Porque construcciones culturales añejas de “lo femenino” como estas, se convierten en el revulsivo ideal para cuestionar ciertas verdades que aparecen como tópicas en el imaginario colectivo. Para ello, es necesario apropiarse de la realidad, aunar los esfuerzos por nombrarla, para así poder recuperar y elaborar nuestro propio discurso, sin dejar que otros lo hagan por nosotras.
10. Por todo ello, juguemos de vez en cuando a
convertirnos en extraterrestres, a desaprender los guiones de un pensamiento
pretendidamente dominante, a mostrar nuestra mirada airada ante esa proyectada cotidianeidad
femenina, a enseñar nuestros colmillos, a gritar nuestras blasfemias… Porque es
un viaje que está ligado a la transformación social que vivimos: capitaneémoslo,
compañeras!!
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